“Pirata hijo de una gran puta”, dice mi viejo, cara a cara
con la pantalla, con la imagen que va y viene porque el buster de casa anda
para el orto y Mercedes está en un pozo y las ondas llegan mal, por más que
estemos a cien kilómetros de Capital. Mi viejo le pega a la carcasa de la tele,
la pantalla duplica la cantidad de jugadores, que ya venían viéndose torcidos.
Papá se pone verde y tengo miedo que se me muera en medio del partido. Salgo
disparado al patio, me trepo a la casilla del gas. Manchita ladra; siempre
rompe las pelotas con sus ladridos cuando subimos al techo y, cuando bajamos,
nos muerde los talones, es su forma de vengarse porque nació un dos abril,
cinco años antes de la Guerra y desde hace cuatro años no le damos medialunas
por su cumpleaños porque, desde 1982, ese día no se festeja nada. Llego al
techo, descubro que una de las puntas de cobre del cable que va a la tele se
soltó del buster y lo recontacto. Mi viejo grita “Vayan a llorar a la ONU y la re
concha de la Reina Madre”. Malo y loco, es el exocet a punto de tocar el
Sheffield. Si suelto el cable, a la mierda la imagen.
Petardos, aullidos de Manchita, gritos de Gol y Vamos Diego
Carajo. Y no voy a bajar, esta batalla depende de mis manos, al pie de la
antena, cerca del cielo, mi mano es la mano de Dios.