Gonza le dice que tiene
que viajar ya mismo a Córdoba, aceptar lo que ella le propuso y salir con la
madre de la Niña Loly porque cree que ahí se gesta una tripleta, una brochette,
que en la sierras está el pancito partido al medio que lo espera para completar
el choripán.
Yoel Eduardo no escucha
el consejo, ya lo tiene decido, esa historia terminó y eso le dice a Gonza,
quien aprovecha para contragolpear y decirle que le pasó lo que le pasó por
hacerle caso a Nolo Meza. Y ahí, Gonza, muestra el celo que le tiene al “otro”,
el coach que llegó después que él para orientar la conquista de esa mujer famosa
que llevaría a Yoel Eduardo a que se lo considere el actor que es y que (hoy)
anida en un puesto de asistente de iluminación de un teatro (intelectual) de
avenida Corrientes.
Yoel Eduardo, dolorido,
es todo silencio. Gonza lo sabe y por eso decide dejar de apalearlo, debe
recuperar la centralidad de amigo-asesor y lo hace desde el lugar que mejor
maneja: la motivación. Le dice que es un diferente, que lo de Yoel Eduardo es amor
a primera lista. Hace una pausa para que se luzca la frase que acaba de
inventar, y para recordarle (sacando pecho) que esta hermosa locura en WhatsApp empezó cuando él
le consiguió los 194 contactos telefónicos de mujeres famosas (que se robó de
la agencia de promoción donde trabaja). Gonza le dice que ahí está el terreno fértil para enterrar su
semilla. Se apoya en la idea de que hay chicas hermosas y llenas de fama que
siempre son incomprendidas. Ilustra ese pensamiento con un ejemplo: hace unos
meses, en un evento con famosos en el Palacio Duhau, el actor Víctor Laplace,
se le había acercado para confesarle que con Ingrid Grudke no chaparía ni en
pedo porque se la pasaba tomando mate y no se bancaba meterle lengua a alguien
con aliento a mate.
Yoel Eduardo escucha al
amigo, al otro lado del teléfono. La anécdota activa el sismógrafo, su corazón
dispara réplicas crecientes.
Gonza sigue la
historia, dice que no entiende quién se cree que es Víctor Laplace al decir eso
de la mina (que en ese evento se robaba todas las miradas), si sabe que Ingrid
Grudke es misionera (la mejor de todas las misioneras, aclara con candor y
vehemencia) y se la pasa tomando mate y, además, la mina es un despelote. Para
colmo, le cuenta, Víctor Laplace estuvo todo el evento haciéndose el Perón con
la modelos pendejas, creyendo que así se ganaba una mina, mientras que las
teenagers no tenían ni idea quién carajo era Perón y mucho menos ese señor mayor
que les inspiraba la burla.
Yoel Eduardo le dice
que más tarde le tira una perdida y siguen hablando, le corta.
Su cabeza hizo contacto
con el corazón. Las señales vuelven a marcarle el territorio. Hacía minutos
nomás, el actor principal, por primera vez desde que trabaja en el teatro, le dirigió
la palabra para pedirle que le fuera a
comprar yerba misionera, y le aclaró, la mejor de todas las misioneras.
Como gran lector de
señales (sabe) cuando aparecen y te muestran el camino.
Yoel Eduardo ya no
tiene dudas, su Norte es el Norte del Litoral, allí donde las gotas de las
cataratas del Iguazú se mezclan con la tierra roja y paren diosas como Ingrid
Grudke.