lunes, 7 de abril de 2014

Para Yoel Eduardo, yerba misionera, de la buena. Cibersodio 34 de Te tiro una perdida

 Yoel Eduardo, apesadumbrado, le cuenta a Gonza cómo le fue con la Niña Loly.
Gonza le dice que tiene que viajar ya mismo a Córdoba, aceptar lo que ella le propuso y salir con la madre de la Niña Loly porque cree que ahí se gesta una tripleta, una brochette, que en la sierras está el pancito partido al medio que lo espera para completar el choripán.
Yoel Eduardo no escucha el consejo, ya lo tiene decido, esa historia terminó y eso le dice a Gonza, quien aprovecha para contragolpear y decirle que le pasó lo que le pasó por hacerle caso a Nolo Meza. Y ahí, Gonza, muestra el celo que le tiene al “otro”, el coach que llegó después que él para orientar la conquista de esa mujer famosa que llevaría a Yoel Eduardo a que se lo considere el actor que es y que (hoy) anida en un puesto de asistente de iluminación de un teatro (intelectual) de avenida Corrientes.
Yoel Eduardo, dolorido, es todo silencio. Gonza lo sabe y por eso decide dejar de apalearlo, debe recuperar la centralidad de amigo-asesor y lo hace desde el lugar que mejor maneja: la motivación. Le dice que es un diferente, que lo de Yoel Eduardo es amor a primera lista. Hace una pausa para que se luzca la frase que acaba de inventar, y para recordarle (sacando pecho) que  esta hermosa locura en WhatsApp empezó cuando él le consiguió los 194 contactos telefónicos de mujeres famosas (que se robó de la agencia de promoción donde trabaja). Gonza le dice que  ahí está el terreno fértil para enterrar su semilla. Se apoya en la idea de que hay chicas hermosas y llenas de fama que siempre son incomprendidas. Ilustra ese pensamiento con un ejemplo: hace unos meses, en un evento con famosos en el Palacio Duhau, el actor Víctor Laplace, se le había acercado para confesarle que con Ingrid Grudke no chaparía ni en pedo porque se la pasaba tomando mate y no se bancaba meterle lengua a alguien con aliento a mate.
Yoel Eduardo escucha al amigo, al otro lado del teléfono. La anécdota activa el sismógrafo, su corazón dispara réplicas crecientes.
Gonza sigue la historia, dice que no entiende quién se cree que es Víctor Laplace al decir eso de la mina (que en ese evento se robaba todas las miradas), si sabe que Ingrid Grudke es misionera (la mejor de todas las misioneras, aclara con candor y vehemencia) y se la pasa tomando mate y, además, la mina es un despelote. Para colmo, le cuenta, Víctor Laplace estuvo todo el evento haciéndose el Perón con la modelos pendejas, creyendo que así se ganaba una mina, mientras que las teenagers no tenían ni idea quién carajo era Perón y mucho menos ese señor mayor que les inspiraba la burla.
Yoel Eduardo le dice que más tarde le tira una perdida y siguen hablando, le corta.
Su cabeza hizo contacto con el corazón. Las señales vuelven a marcarle el territorio. Hacía minutos nomás, el actor principal, por primera vez desde que trabaja en el teatro, le dirigió la palabra  para pedirle que le fuera a comprar yerba misionera, y le aclaró, la mejor de todas las misioneras.
Como gran lector de señales (sabe) cuando aparecen y te muestran el camino.
Yoel Eduardo ya no tiene dudas, su Norte es el Norte del Litoral, allí donde las gotas de las cataratas del Iguazú se mezclan con la tierra roja y paren diosas como Ingrid Grudke.