Termina la primera función, Yoel Eduardo no puede
aguantar un día más sin contactar a Marcela Kloosterboer. Su cabeza es un
berenjenal de dudas y, sabido es lo mal que caen las berenjenas si no se curan
antes cocer, entonces, decide avanzar, se retira a un costado, donde la visual
desde la cabina de sonidos (donde está el jefe) no lo alcanzará y, desde ese
punto ciego, acciona para ver.
Yoel Eduardo: Hola, volví.
Marcela Kloosterboer: Estoy por salir, pero te
quería agradecer por todo (corazón)
Yoel Eduardo: (corazón – corazón – corazón –
corazón –corazón)
Marcela Kloosterboer: Con Francisco debés estar re
motivado
Yoel Eduardo: (pulgar para arriba)
Marcelo Kloosterboer: Tus clases de catequesis me
cambiaron la vida, ¿te hiciste cura?
Yoel Eduardo: No
Marcela Kloosterboer: Qué raro que no me dijiste
Marcelinda, creeme me marcaste en el camino de la fe, no puedo parar de buscar
en mi interior la luz, sos un santo. Ojalá haya muchos Franciscos y Yoeles
Eduardos para encaminar la raza humana. Quiero que seas el monaguillo de la
ceremonia de mi casamiento. Maestro, te dejo, seguro estás a mil ayudando a
gente pobre en la iglesia y yo que te distraigo.
Yoel Eduardo: Todo bien (carita de contento)
Marcela Kloosterboer: Sos un sol!!! (Manito de
saludo)
Yoel Eduardo: (Manito de saludo)
Yoel Eduardo cohabita con la sensación que porta quien
es abduccionado por una nave alienígena y pasa de una punta a la otra del país
en un microsegundo. No entiende nada. De apoco, baja la polvareda del frenazo
que tuvo que dar y recuerda a Marcelinda, una nenita del grupo de catequesis
del barrio, muy bonita, a quien nunca llamó de otra forma y le cuesta entender
que se haya venido grande, en la famosa Marcela Kloosterboer y, mucho más, que
él haya querido levantarse a una alumna de catequesis. Porque, el vínculo
espiritual del evangelizador es por la eternidad y no caduca ni deja lugar a la
carne, y su destino de corrupción.
Está impactado. Le llueven las imágenes, especies
de auto fotos de su pasado pastoril, y la compenetración con el personaje del
cura que no era, y de las clases con actuaciones de multi-personajes que hacía
a los chicos, caracterizando una María Magdalena, un Cristo y Judas en la misma
escena. Y le vienen las caritas de los chicos, deslumbrados por sus interpretaciones,
casi diría, fanatizados. Y, entre las caritas, está el registro fotográfico de
Marcelinda. Los recuerdos, reflexiona Yoel Eduardo (al momento de asumir que lo
de ellos se acabó) componen un álbum de fotos que desde el pasado te encuadran
y congelan tu futuro.