Yoel Eduardo es actor y
cree en las señales, en las buenas y en las malas. Hace dos semanas entró a
trabajar en un Teatro de Avenida Corrientes. Es asistente de iluminación. Tan solo
el haz de una lámpara lo separa del escenario. Yoel Eduardo, aferrado a un
seguidor, escucha todo; antes, durante y después de las funciones. Como es
bueno en lo suyo, hace creer que está ocupado en los ajustes del reflector,
entonces, los actores hablan como si él no fuera un ser formado para
interpretar el código de los operarios del drama. Hace minutos, nomás, el actor
principal le dijo al de reemplazo “para hacerte conocido, tenés que engancharte
con una actriz muuuy famosa y que esté reee-fuerte”. Yoel Eduardo sabe que
acaba de recibir una señal, de las buenas. Ahí mismo, sin dejar de mostrarse
ocupado en el reflector, googlea en el celular los números de teléfono de
Scarlett Johanson, Natalie Portman, Megan Fox. Yoel Eduardo no las va a llamar.
Lo del él es el WhatsApp, porque maneja el código, porque tiene códigos y, sabe
que, a las palabras de la boca se lleva el viento. Poco (si se considera que
cuarenta y ocho minutos no es demasiado tiempo) tarda en entender que googlear
el teléfono de un famoso es una tarea ciclópea.
Dan sala para el inicio
de la obra, el murmullo y los pasos barren el silencio con la impronta asesina
de un tsunami. Yoel Eduardo refunfuña, el barullo no lo deja pensar. Se abraza
al reflector apagado. El metal frío le ilumina los pensamientos, recuerda que
Gonza, un compañero del club trabaja en una empresa de Relaciones Públicas y,
más de una vez, en el vestuario, alardeó mostrando en la pantallita los números
de Celeste Cid, Araceli González, La China Suarez. Yoel Eduardo cambia la cara,
la sala oscurece. La luz del reflector, que ahueca el espacio y recorta un
pedacito del escenario, es espejo de su alma.