jueves, 13 de febrero de 2014

El portero de mi analista XV – Los macetitas

Mi cabeza es un quilombo de números. En la sesión pasada el analista me dijo que me aumentaba, pero no me acuerdo cuánto porque siempre era igual a lo que pago en yoga, pero la de yoga me había aumentado antes. El florista que me “cuida” la bici si yo le “compro” un ramo marchito, aporta lo suyo. Por el ramito me cobra diez lo que, hasta la semana pasada era cinco. Así estamos, cada uno hace lo que se le canta en las pelotas.
Pasa a mi lado uno de los pibitos de la villa con el cajón de plantitas que le da Adolfo. Antes me jodía que el portero del edificio donde vive mi analista los explotara, pero ahora no. Esos pibes van a competir con el florista, seguro, con mejor precio. Ojalá que lo fundan.
El florista llama al pibito. El pibito se le acerca. Me pongo alerta, no sea cosa que el florista le pega una trompada por vender plantas en su zona de negocios. El pibe baja el cajón al piso, levanta una macetita, mete la mano en el hueco que quedó entre los plantines del cajón, saca la mano. Entre los dedos, trae un billete de diez dólares que le da al florista. El florista le entrega ciento cincuenta pesos.
Dejo de mirarlos, retomo la marcha y veo a Adolfo. Se está despidiendo de otro chiquito con una cajón lleno de plantas.
Le voy a decir a Adolfo lo que acabo de ver, no sé, no quiero pensar que esos chicos andan subiendo el valor del dólar paralelo. El portero me primerea “Están a full Los Macetitas”. Pongo cara de no entiendo. “Dele, si se que vio la transa. Si necesita verde, hable con los pibes, taca-taca, dólar billete. Los arbolitos del centro son unos bonsái al lado de mis Macetitas”.
Y me cae para el recontra carajo que este tipo explote a los pibes para un negocio ilegal y  le tiro una indirecta para que empiece a entender que lo de él no me cabe ni medio. Le cuento que, en la época de la plata dulce, a mi viejo, un tipo de mi pueblo, le ofreció meter dólares falsos en el negocio, podía hacer mucha guita y rápido. Mi viejo sacó al estafador a patadas en el culo. Le digo, que ese día, mi difunto padre me enseñó, para toda la vida, a ser honesto y no chorro especulador, y se le digo muy cerca de la cara. Me quedo callado. Dejo que mis palabras lo hagan mierda, porque para eso le dije lo que le dije, porque alguna vez me tenía que parar de manos y ponerle los puntos.
Adolfo se rasca el mentón. Abre bien grande los ojos. Después semi-cierra el párpado izquierdo, estira la ceja derecha, arruga la frente, hace piquito con los labios. Respira, profundo, y dice “Los mandatos paternos están ahí, te trabajan como un control remoto fantasma”.
Me descoloca. No entiendo qué tiene que ver con su Macetitas vendedores de dólares callejeros. Me quedo en silencio. Él me mira. No va a hablar, si no hablo.
Se mueve, me señala que entre al edificio. Le hago caso y entro sin tocar el timbre de mi analista.
Al pasar a su lado me dice “Que tu silencio sea proporcional a tu reflexión.”

Entro al palier del edificio donde vive mi analista. A mis espaldas se cierra la puerta. No me doy vueltas, no voy a llamar al ascensor. Pisaré cada escalón, hasta el Séptimo piso, creyendo pisotear la cara de Adolfo, de mármol, rectangular.