Estoy en la
puerta el edificio donde vive mi analista. La bici quedó en la cochera de
enfrente. Pagarla me saldrá más barato que el ramo de flores marchitas que me
enchufa el florista de la esquina para “mirarme” la bici.
Miro la
pantalla del celu. Faltan cuatro minutos para mi cesión. En el hall del
edificio veo a Adolfo. Está operando sobre el arbolito de navidad. Todavía no
me vio. Desaparece. Las luces del arbolito se encienden, inician un circuito de
parpadeos. El ciclo de destellos lleva el ritmo de dos segundos todas prendidas
a la vez, cuatro segundos de prende y apaga, dos segundos de solo se prenden
las amarillas y vuelta a empezar. Me quedo embobado mirando las luces. Me
tildo. Cuando era chico me quedaba así, colgado, mirando el árbol de navidad,
podía estar toda la noche y más de una vez terminaba dormido, arriba del
pesebre.
“Amigo, cómo
dice que le va”, me sorprende la voz del portero del edificio de mi analista,
lo veo por el reflejo del vidrio del portal, está detrás de mío, sobre la
vereda.
Sin salir
del estado meditativo, con un hilo de saliva cayéndome por la comisura derecha
del labio, le digo un hola Adolfo.
Una sonrisa
se dibuja en la cara del portero. Mueve la cabeza afirmativamente. Se lleva la
mano a mentón, se lo acaricia con los dedos, como si hiciera de manera sedosa
el gesto de chiva-calenchu.
Envuelto en
el buen clima del reencuentro, tras semanas sin tener contacto, me limito a
contemplar, no quiero preguntarle cómo hizo para salir del hall del edificio
sin pasar por la puerta, de frente a mí, cerrada. No, no quiero entrar en esa.
Hoy es un día de gloria, el tipo reapareció y me salió el nombre sin error. Con
tantas situaciones de mierda, cuando una sale bien, ya lo aprendí, no hay que
ir por más, hay que tomar esa ganancia, esperar, no hace falta acelerar las
jugadas. Entonces, vuelvo a mirar el arbolito, haga un estimado de los ciclos
lumínicos, calculo debe faltar un minuto para mi hora de sesión.
El portero sigue
a mis espaldas, mirándome, todavía con los deditos jugueteando sobre la piel
del mentón, para decirme “¿El pino te tapa la navidad o la navidad te tapa el
pino?”
La pregunta
me saca de lugar. Las cejas cargadas y renegridas del portero se enarcan, los
ojos casi no parpadean, me escruta como si me pasara por los pensamientos con
una mirada de rayos X. Y no sé qué responder. Para no mirarlo en el reflejo,
miro el pino, como haciendo que estoy buscando la respuesta en el objeto
convocado en la pregunta. No me olvido la sesión de terapia, tampoco que hace
un minuto estaba feliz, sin pensar en nada y este tipo con una pregunta tira la
punta de un hilo que me lleva a un sinfín de contradicciones que tengo con la
fiesta que si es religiosa o comercial. Rememoro los años de transitar el par
dialéctico misa de Gallo-mesa de Gula. Evoco los seis años que me dediqué a
marketinearle al pueblo turrones de navidad de Arcor. O haber nacido sabiendo
que Papá Noél era una mentira y que los colores del traje cambiaron por orden de
Coca-Cola. Y ni hablar de las navidades que me dormía mirando el parpadeo de
las luces, ilusionado porque aparezcan unos regalos que, mis padres, me habían
dado en mano dos semanas antes como acto revolucionario contra el sistema
comercial de las Navidades.
Y descubro
que la pregunta del portero me pone en un estado blando. No voy a contestarle.
Estiro la mano para tocar el timbre de mi analista. Mientras toco, busco al
portero en el reflejo del vidrio de la puerta. Desapareció. Mi analista me
atiende, me dice que pase, le voy a decir que va a tener que bajar a abrirme,
pero Adolfo, del lado de adentro del edificio, me abre. Paso rápido, no quiero
preguntarle cómo hizo de nuevo para reaparecer ahí sin que me diera cuenta, no
quiero demostrarle mi sorpresa ni inquietud, intento caminar resuelto. Le digo
un Gracias, Adolfo, para ponerme en el punto de seguridad inicial y camino
raudamente hacia el ascensor. La puerta de calle se cierra. Entro al ascensor,
cierro la puerta, cuando estoy por apretar el botón del piso de mi analista,
escucho, al otro lado, “Pensalo, “¿El pino te tapa la navidad o la navidad te
tapa el pino?. Nos vemos la semana que viene”. Presiono el botón, el ascensor
sube.