jueves, 21 de noviembre de 2013

El portero de mi analista VII

Sesión cancelada
Llama mi analista para decirme que suspende la sesión por un asunto personal. “Nos vemos la semana que viene”, dice y yo le respondo bueno, nos vemos, chau.
Me quedo mirando el teléfono, por qué no le pregunté los motivos que lo llevaron la cancelación del turno. No sé, mínimo eso. Es lo que él hubiese hecho conmigo, tenerme una sesión entera hablando del asunto, como lo hace cuando llego un minuto tarde.
Contengo mi bronca, la contraataco con una idea positiva, pienso, suspendida la sesión, ganada la mañana.
Pero no logro cambiar mi estado porque me acuerdo del portero del edificio donde vive mi analista.
Me pregunto si mi analista le habrá avisado al portero que no voy.
Con esta serán dos semanas sin verlo. Pasaré siete días más sin saber por qué faltó al trabajo la semana pasado y, el pobre, sobrellevará catorce días sin verme.
Podría subirme a la bici, pasar por la puerta, ver si el tipo está y, como haciendo que pasé de pedo, lo saludo y lo tranquilizo, le hago notar que sigo vivito y coleando. Lo dejo tranquilo.
Está bueno dar señales claras. Que el tipo no sepa nada de mí, eso es jodido. Estar en ascuas, sin definiciones, metido en un tránsito nebulósico, eso es choto-choto.
Pero bué, no se puede, hay que respetar el tiempo que marca mi analista y el portero va a tener que aguantar. Una semana en la vida es nada, pasa como pedo, es un suspiro.
Suspiro. Giro sobre mi silla rotatoria y quedo mirando por la ventana. Cuelgo mi mirada en la franja aérea que está entre las nubes y los techos de Villa Crespo.
El tránsito de ese espacio me torna casi etéreo, soy una especie de alma errante, un espítiru. Espíritu, alma errante y me asalta una idea horrible. No, no puedo pensar que el portero del edificio donde vive mi analista murió. Mucho menos que mi analista me suspendió la cesión porque fue a su velorio. Pero lo pienso y se me parte el alma. Tengo ganas de llorar, brota una puntada en la boca de mi estómago.

Dejo de mirar la ventana, recupero el giro sobre mi silla, miro la pantalla de la compu, busco distraerme, dar con algún videíto, algo. Pero no puedo sacarme la idea de que al portero le haya llegado la hora y, para peor, que tendré que sobrellevar siete días de espera para saber si estiró la pata, siete jornadas indefinidas, de tránsito nebulósico, o sea, me espera una semana de mierda.