Sesión cancelada
Llama mi analista para decirme que suspende la sesión
por un asunto personal. “Nos vemos la semana que viene”, dice y yo le respondo
bueno, nos vemos, chau.
Me quedo mirando el teléfono, por qué no le pregunté
los motivos que lo llevaron la cancelación del turno. No sé, mínimo eso. Es lo
que él hubiese hecho conmigo, tenerme una sesión entera hablando del asunto,
como lo hace cuando llego un minuto tarde.
Contengo mi bronca, la contraataco con una idea
positiva, pienso, suspendida la sesión, ganada la mañana.
Pero no logro cambiar mi estado porque me acuerdo del
portero del edificio donde vive mi analista.
Me pregunto si mi analista le habrá avisado al portero
que no voy.
Con esta serán dos semanas sin verlo. Pasaré siete
días más sin saber por qué faltó al trabajo la semana pasado y, el pobre,
sobrellevará catorce días sin verme.
Podría subirme a la bici, pasar por la puerta, ver si
el tipo está y, como haciendo que pasé de pedo, lo saludo y lo tranquilizo, le
hago notar que sigo vivito y coleando. Lo dejo tranquilo.
Está bueno dar señales claras. Que el tipo no sepa
nada de mí, eso es jodido. Estar en ascuas, sin definiciones, metido en un
tránsito nebulósico, eso es choto-choto.
Pero bué, no se puede, hay que respetar el tiempo que
marca mi analista y el portero va a tener que aguantar. Una semana en la vida
es nada, pasa como pedo, es un suspiro.
Suspiro. Giro sobre mi silla rotatoria y quedo mirando
por la ventana. Cuelgo mi mirada en la franja aérea que está entre las nubes y
los techos de Villa Crespo.
El tránsito de ese espacio me torna casi etéreo, soy
una especie de alma errante, un espítiru. Espíritu, alma errante y me asalta
una idea horrible. No, no puedo pensar que el portero del edificio donde vive
mi analista murió. Mucho menos que mi analista me suspendió la cesión porque
fue a su velorio. Pero lo pienso y se me parte el alma. Tengo ganas de llorar, brota
una puntada en la boca de mi estómago.
Dejo de mirar la ventana, recupero el giro sobre mi silla,
miro la pantalla de la compu, busco distraerme, dar con algún videíto, algo.
Pero no puedo sacarme la idea de que al portero le haya llegado la hora y, para
peor, que tendré que sobrellevar siete días de espera para saber si estiró la
pata, siete jornadas indefinidas, de tránsito nebulósico, o sea, me espera una
semana de mierda.