jueves, 31 de octubre de 2013

El portero de mi analista IV



Llave de confianza
Estoy en el portal del edificio donde vive mi analista. Llegué diez minutos antes. El pedaleo de la última cuadra fue en cámara lenta, me aseguré que el terreno estaba despejado de portero, para desembarcar. No es porque no me acuerde de su nombre. Implementé una regla mnemotécnica. Ya usé este método varias veces. Es como el recordatorio de una password. “Nombre de tu mascota” y la clave es el nombre del bicho. Mi recordatorio, para este caso es Un genocida europeo del Siglo XX, respuesta Adolfo. ¡Vamos carajo, hoy lo sorprendo!
Un “como dice que le va”, rompe mi aura de positividad. Busco con la mirada esa voz, la de…  Al quedar cara a cara, me pone la mano en la jeta, me dice que guarde saliva para cuando suba. Libera mis labios y, con esa mano, saca el mega-llavero del bolsillo de la campera de cuero negra y encara para abrirme la puerta. Le explico que todavía no es la hora para subir a mi sesión.
“Qué cagada, no puedo quedarme para abrirte, me tengo que ir a hacer una changa al bar”, Frunce el seño, me mira y retoma la acción. Del mega-llavero saca una llave y me la da. “Es hora de que abras la puerta”.
Le agradezco el gesto, pero le explico que me parece que no corresponde que me de las llaves, soy paciente de alguien del edificio, no parte del consorcio, le explico que me genero un gran compromiso.
“Com-pro-mi-so ¡Bien, va saliendo! Desde ahí, meté laburo, adentro”, y hace la pantomima de estar usando una pala y cavar en una tierra imaginaria. No sé qué decirle y termino agarrando la llave.
“La tríada confianza-apertura-compromiso. ¿Me seguís?”. Digo que sí. “Si, qué” Me tira. Hago una pausa, me está probando, quiere que le diga el nombre. Ejecuto mentalmente la regla mnemotécnica de un genocida europeo del Siglo XX y me, en ganador le contesto, Sí, Francisco.
El tipo, respira profundo, efectúa un no con la cabeza. “Pichón, falta muuucho laburo”  y hace de vuelta la figura de la pala en el aire. “Meté pala ahí” y me toca el pecho con la puntas de los dedos de la mano derecha. “La semana que viene la seguimos”. Ahora, la mano va a mi cabeza, revuelve paternalmente mis pelos. Separa su mano de mí, me da la espalda y se va.
Me quedo parado en la puerta, paralizado. Un apretón en el brazo me hace a un lado. Es un gordo tamaño oso con el chaleco de Soda Ivess. Toca timbre. Desde el auricular, lo atienden y él dice, “Le subo la soda, no baje, el portero me abre”. Y me mira. Y le abro la puerta. Y me dice, con tono amenazante, “No te muevas de acá”. Y no le digo que no soy el portero, ni tampoco que tiene que apurarse porque no quiero cagar la sesión por llegar un segundo tarde. Solo espero, mientras vivo mis cinco minutos de portero, en la puerta del edificio donde vive mi analista.