jueves, 24 de octubre de 2013

El portero de mi analista III

Ato la bici a la base de un cartel de Prohibido Estacionar, frente al edificio donde vive mi analista. La puerta del edificio está vacía, me relajo, hoy no toca saludar al portero. Me río de mi mismo, me la pasé todo el viaje, al pedo, pensando cómo iba a saludar al portero, si Francisco o Adolfo; finalmente, había decidido decirle Buen día, Jefe.
Toco el timbre. Por el parlante sale la voz de mi analista. Me pregunta “¿Está abierta la puerta”. Le contesto que no porque no está el portero. “¿Quién?”, pregunta mi analista. La calle es un quilombo automotor, entonces, a grito pelado le digo que quien no está es Francisco. “¿Quién es Francisco?”, me pregunta mi analista. “El muchacho quiso decir Adolfo, no baje que yo le abro”. Quien habla es el portero del edificio de mi analista, aparecido de golpe, a mis espaldas. Abre la puerta. Entro, con la mirada clavada en el piso. Llamo al ascensor, miro a la puerta. El portero me está observando, se pasa la mano derecha por el mentón, me suelta “Esto que te pasa, ¿te resuena en algún lugar?, No me contestes ahora, pensalo y la semana que viene lo charlamos”. Llega el ascensor. Abro la puerta y me meto sin saludarlo.