El portero de mi analista.
Adolfo o Francisco
De
camino al analista, en bicicleta, repito "Decile Adolfo, Adolfo, Adolfo"
hasta que me distrae la primavera y solo piienso en os brotes de las
plantas el resto de la pedaleada.
Llego al edificio donde vive mi
analista, aparece el portero; el tipo (que ya me reconoce) deja de
manguerear la vereda, me recibe con una gran sonrisa y me dice "Buen
día, amigo" y yo le digo "Buen día, Francisco", y me corrige "Adolfo".
Me abre la puerta, subo al ascensor, puteo, otra vez me confundí.
El papelito (el viernes siguiente)
Estoy
por llegar al edificio donde vive mi analista. En un bolsillo del
pantalón puse un papel con el nombre del portero. En el otro, la plata
para pagar la sesión. Bicicleteo libre de pensamientos, ya no me importa
recordar si es Adolfo o Francisco. Llego. El portero está en la puerta.
Freno, bajo de la bici, le pongo candado. El tipo, de un talante
diáfano, me dice buen día, amigazo y yo, en ganador, voy a sacar el
papelito para no pifiar su nombre. Me freno. Dudo. Me quema la cabeza.
¿El papelito estaba en el bolsillo derecho o el izquierdo? Entro en una
encrucijada dialéctica izquierdo-derecho. El portero aguarda mi saludo.
No queda tiempo. Me decido por el bolsillo derecho, meto la mano,
capturo el contenido, lo llevo delante de mis ojos, mientras digo buen
día, hago una pausa para completar la oración con el nombre que me
debelará el papelito. Me encuentro que mis dedos atenazan la plata para
pagar la sesión, el papelito queda en el bolsillo izquierdo. Suelto
Francisco. El portero me corrige Adolfo. Mientras muerdo mi nueva
frustración, el tipo, con aire superado, dice que guarde la plata para
el Doctor, me recomienda que le diga así y no psicólogo, porque lo pone
de mal humor, que es como decirle a un encargado de edificio portero. Lo
miro, sin reacción. Me abre la puerta, dice que vamos superar mi
problemita, que él no me va a cobrar. Me da una palmada en la espalda.
Entro al edificio, sin abrir la boca.