martes, 15 de octubre de 2013

El portero de mi analista.

Adolfo o Francisco
De camino al analista, en bicicleta, repito "Decile Adolfo, Adolfo, Adolfo" hasta que me distrae la primavera y solo piienso en os brotes de las plantas el resto de la pedaleada.
Llego al edificio donde vive mi analista, aparece el portero; el tipo (que ya me reconoce) deja de manguerear la vereda, me recibe con una gran sonrisa y me dice "Buen día, amigo" y yo le digo "Buen día, Francisco", y me corrige "Adolfo".
Me abre la puerta, subo al ascensor, puteo, otra vez me confundí.
 El papelito (el viernes siguiente)
Estoy por llegar al edificio donde vive mi analista. En un bolsillo del pantalón puse un papel con el nombre del portero. En el otro, la plata para pagar la sesión. Bicicleteo libre de pensamientos, ya no me importa recordar si es Adolfo o Francisco. Llego. El portero está en la puerta. Freno, bajo de la bici, le pongo candado. El tipo, de un talante diáfano, me dice buen día, amigazo y yo, en ganador, voy a sacar el papelito para no pifiar su nombre. Me freno. Dudo. Me quema la cabeza. ¿El papelito estaba en el bolsillo derecho o el izquierdo? Entro en una encrucijada dialéctica izquierdo-derecho. El portero aguarda mi saludo. No queda tiempo. Me decido por el bolsillo derecho, meto la mano, capturo el contenido, lo llevo delante de mis ojos, mientras digo buen día, hago una pausa para completar la oración con el nombre que me debelará el papelito. Me encuentro que mis dedos atenazan la plata para pagar la sesión, el papelito queda en el bolsillo izquierdo. Suelto Francisco. El portero me corrige Adolfo. Mientras muerdo mi nueva frustración, el tipo, con aire superado, dice que guarde la plata para el Doctor, me recomienda que le diga así y no psicólogo, porque lo pone de mal humor, que es como decirle a un encargado de edificio portero. Lo miro, sin reacción. Me abre la puerta, dice que vamos superar mi problemita, que él no me va a cobrar. Me da una palmada en la espalda. Entro al edificio, sin abrir la boca.