jueves, 30 de agosto de 2012

Ingrid Bergman, "Nace-Muere", apertura que escribí para Radio América/Nobleza Obliga



Nacer con la muerte comprada y sin posibilidad de devolución es un hecho doloroso, pero real y no queda otra que asumirlo. Pero que la muerte le saque a la vieja a los dos años de haber nacido, que antes de terminar la infancia se le lleve al viejo y, no conforme con los guadañazos, la parca venga por la tía, a los meses de adoptarla, hace que la entendamos: la pobre chica sabe que, con ella, la muerte ha tomada un curso llamativamente diferente del que dispensa al común de los mortales.
La chica entra a la adolescencia convencida de que solo ella podrá descubrir qué hará dilatar esta obcecada decisión que ha tomado la arrebatadora de almas. Se lo plantea como desafío, la muerte lo acepta y pacta concederle unos pocos años.
La chica habla poco, no por tímida, sino porque sabe que nadie la va a entender y porque, muy tempranamente, ha comprendido que debe enfocarse en hallar el arma que aparte a la dueña del destino común.
Antes de lo que ha pensado, descubre la actuación. Pasa horas y horas metidas en el teatro. Los perfumes de la madera, el telón y los cuerpos en producción de arte, condensados por la humedad del salón, la protegen. Del otro lado de la taquilla, sobre la vereda, la muerte, se restriega las manos, la mide, la espera, con paciencia infinita.
Para la joven rubia, la actuación es su campo protector y deslumbra con tanto brillo que desde la media noche en continuado de Suecia, su  luz, llega a Hollywood. Entonces, el cine fábrica de baldosas del Paseo de la Fama, la lleva donde las estrellas, los amores, las envidias, el éxito y el fracaso, para vivirlo todo a vez, en la justa y humana medida.
Mientras el mundo se arrodilla para venerar a la actriz de sesenta años, la muerte, aprovecha un descuido, entra en ella y se la empieza a llevar en un proceso doloroso, que ni la actuación puede mitigar.
El día de su cumpleaños, para festejarlo, solo se presenta la parca. Ambas se miran, no se odian, se miran como dos amigas que han jugada un tarde entera, de tan solo  sesenta y siete años. El día de su cumpleaños, finalmente, muere Ingrid Bergman.