jueves, 24 de mayo de 2012

Pirata Kidd: Capitalismo de anticipación - Lo escribí para Radio América AM 1190-"Nobleza Obliga"

Finales del siglo XVIII. En el Caribe aparece un piloto de tormentas, uno de esos que no le hacen asco a nada, siempre y cuando reciba mucho, pero mucho oro. El tipo se maneja entre las olas como pez en el agua y logra tener, desde Inglaterra, la patente de corso. Es ambicioso. Apuesta el todo por el todo porque sabe que en su diccionario la palabra perder no existe y que en sus manuales de procedimientos los medios, son sin límite moral alguno, si conducen al fin último: hacerse mega-multi-híper-millonario. Para captar marinos arma una especie de sociedad anónima. Les propones a los bribones quedarse con un punto de las ganancias que le tocan por la tarea de Corsario. Él se queda con la mayoría accionaria y el poder de decisión. Se hacen a la mar. Interceptan algún que otro barco pirata de baja monta. Ni una de las naves apresadas arroja los beneficios mínimos como para mantener a la tripulación con la panza cargada y el vaso medio lleno (y dividendos ni hablar). La nave se va a pique si el Capitán no toma una rápida decisión: encerrado en su camarote vuelve sobre el manual de medios y reordena el plan original de hacerse millonario. Ha visto demasiados barcos llenos de mercancía y piratas que no los asaltan como se debiera, como para entrever cuál es su nicho de mercado: hacerse pirata. Y arranca con un raíd que no hace más que demostrar que lo suyo era eso: manotear con crueldad lo que otros cargaban en las bodegas con el sudor de su frente. Su trabajito, encontró una red de comerciantes que derramaban las ganancias ilícitas hasta en los más encumbrados hombres de negocios y de la política de Inglaterra. Pero el negocio se le va de las manos, justo cuando su mano imprudente le parte el cráneo a un pirata colega y a los que, desde los palacios lustrosos, controlan todo, les cunde el temor. A este pirata que los forra de tesoros, si no lo paran a tiempo, terminará cepillándolos a ellos. Ese es el tema del crecimiento vertiginoso. La ambición apareada del éxito siempre trae como polo opuesto al temor apareado con la envidia. Al pirata deciden cambiarle las reglas sin que se entere. El tipo, pleno de soberbia, no se cree eso que dicen, que vienen por él. Llega lo más campante al puerto y ahí lo pescan de las pestañas. Un juicio, de trámite Express, lo pone delante de una horca junto a otros compañeros de aventuras. El pirata se ríe de la escena. Está convencido de que esos que lo necesitan para seguir siendo ricos van a ayudarlo. Le ajustan la cuerda. Sueltan el banquito, la cuerda aprieta la tráquea, se le corta la respiración y la soga se corta. Cae el piso, se ríe de él, porque se había creído que le tocaba la hora. Y piensa en la ley, esa que salva al condenado que es sometido a una ejecución fallida. Pero no le dan tiempo, en el momento deciden cambiar la soga, lo vuelven a subir al banquito. El pirata les dice que deben hacer caso de la ley. Nadie le contesta y el silencio, antes de volver a empujar el banquito que lo va a matar, le suena a “no me vengas vos ahora con eso”. El pirata William Kidd muere un 23 de mayo. Su cuerpo quedará por años colgado de un puente de Londres para que los demás miren, y se enteren, de qué se trata esto del ascenso cuentapropista.