lunes, 12 de marzo de 2012

¿Qué es un Corrincho?


A fin del año pasado, Marcos Almada y Patricio Eleisegui, dieron por finalizado el ciclo literario Corrincho. Mensualmente nos convocaron a leer en un Centro Cultural de Almagro conocido como "El Pacha". Para dar por terminado estos encuentros, a quienes leímos alguna vez, nos pidieron que hagamos un escritos sobre El Corrincho con total libertad. Yo me lo imaginé como una bestia:

Viaje interior
Atravieso el tracto de baja lumbre, paredes exudadas. Me pasan por el costado corrientes de un aire espeso, casi irrespirable y ligeramente dulzón. Camino el fondo, donde un arco recorta un espacio aún más oscuro. Me detengo. Estoy debajo del arco, a las puertas del saco. Dudo en dar un paso al frente o atrás y volver por donde vine, reencontrarme con mis colegas, decirles que se acabó mi valor y que, antes de perderme solo, prefiero perderme mal acompañado. El saco expande y contrae las paredes. Hebras de humo blanco bailotean al ritmo de las contracciones. Avanzo. La mordaza dulce del humo cierra mi boca. El pie que adelanto se choca un objeto de cabeza cónica que no supera la altura de mis rodillas. Da para hongo. Pero no lo es, y sale disparado, se apelotona con cinco cabezas cónicas más. No puedo decir que me miran, porque no veo un soto. Tanteo las paredes, la palma de mi mano se acelera al contactar una superficie lúbrica y no voy de cabeza al suelo porque sobreviene otra contracción del saco, después la dilación y así se instala una secuencia de movimientos que no hacen más que hacer de mí, un ser de movimiento pendular. Sonido gutural, un estruje de tripas. Las paredes del saco se siguen moviendo, pero lo hacen de manera sutil. Eso me marea. Me cago en mi equilibrio, el oído medio y los otolitos que los recontra mil pario. Nunca soporté el vaivén del bote sobre el río, y ahora sé que tampoco me banco este saco. Camino, arrastrando las suelas de mis botas. El piso gomoso, por momentos, me envuelve hasta los tobillos. Los murmullos, esos ronroneos de las tripas, regresan, en esta no me agarran, me tiro a suelo. Una sustancia pastosa pega en mi cara, me levanto, se mueve el saco, me caigo. Apoyado en alguno de esos cinco que tienen cabezas cónicas, logro sentarme, tuerzo el cogote y miro el tracto por donde bajé. Se ve menos oscuro que el saco. Pienso en mis colegas, afuera, apiñados, de cara a la bestia, temblando de miedo y yo, acá, solo, en la panza del Corrincho.
Juan Guinot, 25/11/11