sábado, 24 de diciembre de 2011

Platero - Apertura que escribí para Radio América - "Acaríciame en sueño" - Juan Ramón Jiménez


La editorial Calleja le publica la obra que lo hará pasar, definitivamente, a la historia. El libro tiene ciento treinta y ocho capítulos de corta extensión. A los pocos días de ocupar los anaqueles de las librerías, llueven las críticas positivas. Algo muy bueno para alguien que, además de ser un escritor genial, suele caer en pozos depresivos prolongados y de internación.
Su esposa le lee una de las críticas. El poeta mira a la ventana, no la escucha. Al otro lado de los cristales, está la calle Padilla, en Madrid. Pasan los carros. El traqueteo ripioso de las ruedas no es lo que oyen sus oídos. Tampoco son esos carros modernos los que miran sus ojos.
El poeta está viendo, a través de la ventana de su casa en Madrid, una calle de Moguer, el pueblo andaluz, de Huelva, donde nació y se crió. Del otro lado del vidrio ve al animal, el personaje principal del libro que la crítica celebra. Le habla y la bestia rebuzna, pone en punta las orejotas largas, mueve la cola de izquierda a derecha.
El poeta percibe que una mano se posa en su hombro derecho. La imagen de la ventana vuelve a mostrar la calle Padilla, en el barrio de Salamanca, en Madrid.
Se le escapa un colmillo, del lado derecho de la boca. Está fastidioso por la interrupción que esa mano, prendida del hombro, acaba de hacer. Odia cuando lo sacan de sus momentos de imaginación, de esos instantes mágicos que lo alejan del agobio de la gran ciudad, que lo transportan al pasado en su querida Moguer, su motor creativo.
Descubre que quien lo sostiene del hombro es su amada Zenobia y reacomoda el gesto. A ella le permite todo.
La contempla en silencio.
Ella, a diferencia de él, no mira la ventana, lo está mirando a los ojos. En las pupilas de Zenobia, el poeta vislumbra su futuro. Y por si no lo interpretara, su esposa le dice que todo va a estar bien, que ella lo acompañará hasta que le llegue el máximo reconocimiento.
Zenobia es su sostén, la mujer que no solo le ha robado el corazón, ella es su tutor. Si no fuera por Zenobia, las estancias en las clínicas psiquiátricas por esas depresiones, que cada tanto se le presentan, serían eternas.
Ella se ríe. Él la toma por la cintura. Se abrazan. Por sobre el hombro del poeta, Zenobia mira la calle Padilla, en Madrid. Los carros y la gente pasan.
Y la idea de no separarse, los lleva juntos a escapar de una España convulsionada, recorrer el mundo y afincarse, finalmente, en Puerto Rico, donde el poeta da clases en la universidad.
Pero Zenobia arrastra una enfermedad incurable que ha durado demasiados años. Y no fue solo por contradecir los pronósticos de los médicos, ella ha soportado el dolor del cuerpo porque sus ojos tienen que ver aquello que predijeron en la casa de Madrid.
Una mañana, el cartero llama a la puerta. El poeta lo atiende y recibe en sus manos una misiva enviada desde Suecia. El poeta va corriendo al lecho de su esposa. Zenobia lleva semanas sin salir de la cama, casi no come. Le lee, con la voz ahogada por la emoción, que acaban de otorgarle el Premio Nobel de Literatura. La piel arrugada de Zenobia recibe las lágrimas de sus ojos, de esos ojos que ya no muestran el futuro.
A los dos días, Zenobia muere.
Durante la ceremonia de entrega del Nobel, se dice que la Academia distingue, dentro de la prolífica obra del poeta, el libro Platero y yo que publicara la editorial Calleja en España, casi cuarenta años atrás; ese libro escrito con una narrativa lírica, que tiene mucho de paseo místico y que trata de un niño con su burro en el pueblo de Moguer.
Al poeta no lo emocionan las palabras que le llegan de Suecia. Es que el dolor punza demasiado el cuerpo y su alma empieza a irse en cuotas para que, dos años después de la muerte de su querida esposa, se encuentren las dos almas en el cielo de Moguer, un pueblo de Huelva, donde siempre fue feliz.
El poeta es Juan Ramón Jiménez y nació el 23 de diciembre de 1881.