viernes, 2 de diciembre de 2011

Periodismo Hulk - Apertura que escribí para Radio América AM 1190

Es un periodista de pelo lacio, rubio y con flequillo caído sobre la mitad de la frente, y le toca hacer de malo. No de un malo del tipo Lex Luthor que tiene por plan de vida matar al héroe. El personaje que nos interesa lleva por bandera la frase, adjudicada a Napoleón, que dice que siempre triunfa el más perseverante.

Viéndolo en acción, compramos la idea de que “tal vez-quien te dice-algún día” lo logre. Así nos tiene, capítulo tras capítulo. Como somos espectadores agudos, para el capítulo ocho no tardamos entender que esa esperanza del periodista es una manía. En eso, se emparentan con otro personaje que vemos en la tele, pero de dibujito animado: el zorrino. Lo del zorrino es así: persigue locamente enamorado a una gatita negra, con una raya de pintura blanca en el lomo, que la hace parecer, a los ojos del zorrino calentón, su zorrinita de la vida, el objeto de su descontrolada pasión.

Bien, el caso de nuestro personaje, anda por ahí. Él es un periodista de segunda que, en el meridiano de la vida, cree que todavía puede ser famoso. Un día, presencia la explosión de un laboratorio y la salida, entre las llamas y mampostería derruida, de un ser gigante, de músculos inflados, con cabellera de flequillo de pelito pajoso (a lo Pepitito Marrone) y es verde desde el pelo a la punta de los dedos de los pies. Desde esa noche, este periodista persigue, durante capítu

los y años, una sola idea: descubrir quién es en realidad el monstruo de piel verde, a quien considera autor de la explosión que él presenció y que provocó la muerte de un reconocido científico. Por su parte, el científico, no está muerto, sino que es quien se transforma en monstruo y decide mantener su estatus de muertito hasta no encontrar la manera de sacarse de encima esa, como decirlo, enfermedad que lo hace mutar al hombre verde. El precio de su silencio lo paga el pobre periodista que, teniendo tantas cosas de la realidad como para ocuparse, confía en su olfato devaluado y persigue las huellas del bicho verde que, hasta la fecha, no hizo más que ayudar a gente en problemas. Pero él, para esta altura, está pasado de rosca, monotemático, lo cree un demonio y hace lo que comúnmente hacemos los humanos: transitar el camino de la mirada única, la de la verdad (la propia) que hay que imponer.

Avanzada la temporada, el periodista está para atrás, articula mil datos sueltos y siempre llega una micronésima de segundos tarde a la escena reveladora que tanto busca: ¿quién es el monstruo?

Ya podemos decir que el periodista maneja la tensión de la serie, mientras el otro, el que muta a monstruo, se ocupa de historias mínimas de destrucción magnánimas, luciendo un look de camisas diminutas, tajeadas y desbordadas por pectorales enormes y pantalones tipo pescadores de bocamangas en flecos.

Entonces el periodista, pensado como malo, reaparece en el capítulo ocho de la primera temporada y empezamos a tenerle cariño. Decidimos que sale del equipo de los malos-malos (que tiene como capitán a Lex Luthor y de mascota al zorrino), y lo ponemos en el equipo de los malos-queribles donde el Coyote (el pobre animal maltratado por el Correcaminos y las truchadas de ACME) tiene la cinta de capitán. Y no está mal juntarlos, este tiene mucho del Coyote y hasta los imaginamos en una charla de vestuario antes de salir a la cancha, reformulando la frase de Napoleón con un perseveras y perseverarás.

Pero a nuestro personaje algo lo diferencia con el Coyote: al Correcaminos lo queremos asado y comido por el Coyote, pero al perseguido del periodista no. Entonces brota una sensación rara, seguimos viendo la serie, aplaudiendo las destrucciones del héroe de piel verde y nos encariñamos con su otra cara, la del científico que carga con problemas de doble personalidad y renuncia de la identidad, y huye por los caminos cual Gautama Buda para ver si puede sentarse bajo la sombra del árbol de la sabiduría y descubrir la cura a su mal. No le podemos tener bronca. A él, al fin y al cabo, lo hacen recalentar como pipa las mismas cosas que nos calientan a nosotros y hasta celebramos sus resoluciones violentas frente a las mezquindades humanas.

Y en eso estamos, queriéndolos a los dos, pensando que si tal vez el periodista y el científico se sinceraran hasta podrían ser amigos. Y en lugar de divertimos sufrimos porque la cosa no se arregla, los vemos cada día peor, con problemas psicológicos que no se tratan profesionalmente, con peores ropas, de mala cara, sin guita y, ahí, yendo por el mundo sin compañera.

Ese periodista, en la serie, se llama McGee, pero en la película de la vida, su nombre fue Jack Colvin. Un día como hoy, con 71 años, decidió dejar de buscar, en la Tierra, al Increíble Hulk.

01/12/12

Intro Inclreíble Hulk (en España La Maza):