lunes, 29 de agosto de 2011

Presentación de la Antología Outsider II

El viernes pasado estuve en el UADE Art Isntitute presentando la antología de relatos Outsder II.
Me acompañan en la mesa Valeria Tentoni y Elsa Drucaroff, dos escritoras geniales. Elsa publicó "El Certamen" y Valeria " La culebrilla". Dos textos buenísimos que guardan sintonía con la calidad de todos los relatos del libro.

viernes, 26 de agosto de 2011

La Pulpería de las Luces sale a escena

Esta noche se presenta el libro Outsider II (antología de relatos) que incluye mi cuento "La Pulpería de las Luces". Lima 775, UADE Art Institute - 20hs.

Si querés esperar la tormenta de Santa Rosa bajo la lluvia perenne de La Pulpería de las Luces, venite a Eterna Cadencia. No solo te contaré de las historias de esa Pulpería, sino que podrás escuchar las lecturas de los escritores Federico Jeanmaire, Gabriela Cabezón Cámara, Enzo Maqueira y Juan Martín Guastavino, nos vemos en la librería Eterna Cadencia, el martes 30/08 - 19hs - calle Honduras 5582 (Buenos Aires).


viernes, 19 de agosto de 2011

Bitácora editorial XXII - Guerra espiralada

Fui tres veces a la Santería y siempre la encontré cerrada. Los productos de la vidriera estaban cubiertos por una capa de hollín que se cuela por la doble rendija de la cortina/puerta. Estoy convencido de que ahí no entra nadie desde hace días y empiezo a desmoralizarme porque ilusionaba con saber algo más de la secta, ya que allí venden productos de los Empleados del Millón.

Todo se complica.

Para colmo la editora, Puerta del libro, me envió un email para preguntarme cómo voy con la novela autobiográfica y de autoayuda que debo escribirle. Ella me presiona y hace como si nada hubiese pasado. Como si ese cheque sin fondos que me dio para el supuesto premio del concurso literario “Del Campo a la Ciudad” que tenía ganado antes de presentarme nunca hubiese existido.

Mi vida se ha tornado miserable porque mi miseria me llevó hace casi un año a tocar la puerta de esa editorial para entrevistarme con el amigo de mi amigo, el Gerente General, para pedirle que me publique mi primera novela (una de las tantas que tengo escritas y metidas en el ostracismo de un baúl). Mi miseria hizo que cediera a la tentación de la asistente de ese Gerente, la editora, la flaca escuálida, Puerta del libro quien me propuso escribir lo del libro de autoayuda. Ella me enganchó y me tiene hace diez meses laburando para su editorial sin ver un peso. Me mueve como se le canta y acomoda mi mundo a sus conveniencias. Y todo, por culpa de mi miseria.

El domingo pasado, leí en el libro El Casamiento del Laucha de Roberto J. Payró: La miseria, como buena vieja brava, hace con el hombre lo que se le antoja.

Mi miseria me domina y Puerta del libro gestiona mi miseria.

Por ella hoy tengo una guerra declarada con el policía de la esquina porque le saqué a los pibes del Parque, un compromiso semanal con la secta de Los Empleados del Millón, una pila de papeles escritos sin pasión y una doble carga culposa por la bolsa que me robé del bar (con el libro de Coelho y las cinco monedas) más mi responsabilidad en el posible fatal destino de la Moza del bar, La Faca Colorada, a manos de la escuálida, Puerta del libro.

Y, como si no tuviera poco, la editora, Puerta del libro, me presiona con su email para que le termine de escribir la novelita autobiográfica con corte de autoayuda.

Estoy con la soga al cuello y a punto de que se abra el piso del cadalso.

Para distraerme, miro al balcón. Allí están el libro de Coelho con el veneno piramidal (bastante roído por la lluvia no por las mordidas) montado sobre moneda y tapa, rodeado por las otras cuatro monedas en cruz y la corona de cacas de ratas.

Mejor enfoco al cielo. La mañana lluviosa trae otro día de esta semana sin sol. Me pregunto cuándo mierda va a dejar de llover. El techo de nubes y la llovizna eterna es lo peor que me puede pasar, no me dan ganas de nada. En estos días solo salí el jueves para ir a la misa de los Empleados del Millón, pasar tres veces por la Santería (que, como dije, seguía cerrada) y gastar en comida el último billete de cien pesos recaudado por los Pibes del Parque.

Durante estos últimos días, evité ir al bar, pero voy a tener que reaparecer porque necesito la plata que ahí me dejan los pibes. Plata que ganan con el sudor de la frente y la aspiración de sus bolsitas con Poxiram.

Tengo que hacer tiempo para que se haga media mañana. Tengo que caer al bar en un momento en el que no haya ni el loro. Nadie puede escuchar que voy a pedir mi guita producida por los atracos de los pibes del Parque. Y, el que no tiene que verme usufructuando ese beneficio es el policía de la esquina, ahora, mi competidor directo.

Mato el tiempo de la espera reacomodando mi escritorio y sin darme cuenta emprendo una de esas limpiezas a fondo que hacen descargue toda la furia que me carcome por dentro. Y encuentro un objetivo para mi acción: las carpetas de mi Master en Dirección de Empresas del IAE. Son más de veinte carpetas de tapas mullidas y de color bordó (el mismo color que el cortinado del templo de los Empleados del Millón). Separo carpetas de hojas y empiezo a cargar dos bolsas de consorcio con papeles de educación de alta gama que serán materia prima del proceso industrial de los cartoneros. Y, mientras tiro todo a las bolsas del consorcio, recuerdo lo que un profesor del Master nos dijo un día: “Ustedes son la elite de la Argentina, el futuro, los líderes de este País” y mientras el tipo largaba esa arenga, yo codeaba a Eddy, mi compañero de banco en el aula y le preguntaba por lo bajo si ese profe era un pelotudo o se hacía y Eddy me decía mordiendo sus palabras “Callate culiao que nos van a echar a la mierda y este master me costó treinta lucas verdes”. El profesor siguió con su decálogo del líder en el cual los cuarenta alumnos calzábamos perfecto y yo me mordía la lengua, me quería poner de pie y gritarle al profe moldeado a los McDonald´s que no me tome de imbécil y que se dedique a dar clases y no hacer lavado de cabeza, pero tuve la lucidez de mirar las caras de mis colegas antes de abrir la boca. Mis compañeros seguían con atención y, para mi sorpresa, clara aceptación los dichos de ese perejil parado delante del pizarrón. O sea, mis colegas realmente se creían que iban a ser los futuros líderes del país, la casta de privilegiados que dominarían a la inmensa mayoría de incultos, y preferí cerrar el pico. Desde entonces, durante los dos años del Master, me dediqué a poner cara de estampita, sacarme buenas notas y escribir un diario clandestino llamada The Campito donde, con humor, sacaba a la luz mucho de lo que me perturbaba. Eso me permitió sobrellevar los dos años de estudios de posgrado dentro de esa “elite”, llevar el diploma a casa, escribir una gran cantidad de diarios clandestinos que se leían en el Master con gran atención y llenar mi biblioteca con carpetas bordó. Justo, esas carpetas estoy tirando dentro de grandes bolsas plásticas negras.

Cuando termine me voy para el bar.

Ya es media mañana y estoy en la planta baja con las dos bolsas negras. Le pido al portero que me deje guardarlas en el sótano del edificio para sacarlas a la vereda en la tardecita cuando pasa el cartonero y me dice “Hiciste papelitos para ir a la Bombonera. Esta semana estás dulce, bosterito, cuatro goles no se meten todos los días” y me río, le festejo la ocurrencia, todo con tal que me agarre las bolsas y se encargue de sacarlas más tarde.

Piso la vereda, me detengo y miro a ambos lados. Primera señal, buena, el policía de la cuadra no está. Camino a paso apurado y me meto en el bar. Segunda buena señal: el bar está vacío. Encaro a la barra y veo al Mozo, el del turno tarde-noche, de nuevo en el turno mañana. Tercera señal, pero mala: la moza, la Faca Colorada, tampoco vino a trabajar y recuerdo que el jueves de nuevo faltó a la misa de los Empleados del Millón y, mientras empiezo a pensar en el triste final que imagino para la Faca Colorada, el mozo me grita “¿Venís a buscar la guita de los pibes?” y confirmo con un gesto de la cabeza. El Mozo de la tarde-noche se acerca, los ojos le lagrimean por el efecto de la cebolla recién cortada. Se pasa el dorso de la mano por la nariz para limpiar dos mocos gelatinosos y me larga: “Los pibitos son una capos, la juntan de todos los colores, la juntan”. No abro la boca y sigo moviendo afirmativamente la cabeza como esos perritos plásticos chinos de cogote y cabeza móvil que van sentaditos detrás de los parabrisas de los autos. El mozo mete la mano en la caja y saca un fajito de billetes. Me lo da diciendo: “No sé cómo hiciste, pero yo para ganar un mango laburo hasta por el turno de la culona colorada que sigue sin aparecer. A la conchuda le debe seguir bajando sangre, le debe. Pero yo te digo, cuando esa venga, me la cobro como sea, me la cobro” y compone un gestito depravado que, de reaparecer la Faca Colorada, capará de la faz de su rostro con el mejor de sus filos.

Meto la plata que me da en el bolsillo y le digo que me lleve a la mesa un té de tilo.

Me acomodo en la mesa, miro Crónica TV. Están pasando las imágenes del festejo del oficialismo por el resultado de las Elecciones Primarias. El Ministro de Economía, candidato a Vice, va montado arriba de alguien, en medio de una turba partidaria, que lo lleva a correr tras una especie de baile tribal de dibujo espiralado. Se me ocurre pensar si ese no será el baile de la inflación espiralada. Chiste tonto que le debo a mis carreras universitarias y que no arregla la escalada de precios que en pocos días me hará más pobre. Eso sí, ese Ministro, pocos años mayor que yo, también estudió un Master en Empresarias como el mío, pero en el CEMA, que es competencia de mi casa de formación, el IAE. Si a él le dieron cátedra de líder ilustrado de la masa como a mí, está llegando a la meta.

Dejo de mirar la tele. En el patio está la bicicleta del ex - Mozo, devenido en Pastor, hecha una herrumbre. La lluvia fue impiadosa y el óxido brotó por donde pudo. La naturaleza es implacable cuando enfrenta la dejadez.

El mozo tarda en traerme el té, me paro y le grito que lo descuente de mi saldo a favor, pero que mejor me voy. No me contesta, tampoco creo que se haya acordado de hacerme el té. Mejor me voy a casa con la guita.

Piso la vereda del bar y en la esquina veo al policía, el que me declaró la guerra, con ese nuevo chaleco fosforescente que les enchufaron a los de la Policía Federal y que los tiene a todos con cara de culo (solo falta que la Ministra les ponga el traje de Piñón Fijo para hacerlos más visibles). Igual, la señora Ministra a mí me hizo un favor, puedo ver al policía antes de que él me vea a mí y así esquivar su propuesta combativa. Doy un paso atrás y quedo cubierto por la entrada del bar. Contemplo con calma el movimiento del policía, ni bien me dé la espalda salgo corriendo y me meto en casa.

Saco la cabeza, el policía inmóvil. Vuelvo a esconderme. Tampoco puedo estar toda la mañana así.

Para no levantar sospechas de los vecinos de los balcones de la vereda de enfrente, hago que me acomodo los zapatos y que reviso la suela como si estuviese buscando mierda recién pisada.

Bajo el pie al piso, vuelvo a asomarme por el perfil de la entrada del bar y en la esquina está el policía, pero no de pie. Está con una pierna flexionada y la otra con la rodilla sobre la espalda de un pibito del Parque. El ulular de un patrullero irrumpe por la calle Drago y pasa echando furias delante de mí. Se detiene en la esquina. Los vecinos empiezan a arracimarse, los autos se frenan por el silbato de otro Oficial de chaleco chillón parado en la esquina de Frías y Drago. En Avenida Gallardo se detiene una ambulancia del SAME. El policía de la esquina mete al pibito de gorrita adentro del patrullero. El pibito parece grogui. Aprovecho el apelotonamiento de gente y la confusión para saltar a la vereda e ir derecho a casa.

Al encarar la puerta de mi edificio me choco con el Portero y el topetazo me hace volver sobre mis pasos y caer de traste el piso. “¿Qué mierda pasa que hay tanto quilombo?” dice el portero al viento sin percatarse de la colisión que acabamos de protagonizar y camina en dirección de la esquina. Me pongo de pie, encaro para entrar a casa. Mientras doy una vuelta de llave a la cerradura y plancho mi palma izquierda en la puerta para empujarla, miro por última vez la esquina. El patrullero sale con la sirena a todo lo que da. Detrás va la ambulancia del Same. El manojo de curiosos rodea al policía que brinda una especie de conferencia de prensa al vecindario y no pierde la oportunidad para clavarme una mirada siniestra que me dice que, en nuestra guerra, acabamos de pasar el umbral de la primer baja.

19/08/2011

sábado, 6 de agosto de 2011

Bitácora editorial XXI - Guerra Santa

Son la siete de la tarde del jueves. Estoy en el templo y esperando que dé comienzo la misa de los Empleados del Millón. Atrás dejé a los dos gorilas de la puerta, atravesé el pasillo que corta al medio las filas de sillas ocupadas por los pibes de gorrita del Parque y caminé hasta la primera fila para posar el culo en mi silla.

Mi vecina de fila es la Moza del bar, la Faca Colorada. La silla de mi compañera de culto está vacía y no me gusta nada. Presiento que la sangre y los vidrios rotos en el patio del bar, la actitud ganadora de Puerta del libro en nuestro último encuentro, lo que me dijo el policía de no mear contra el viento porque me mojaría con sangre, sean claras señales de que algo malo pasó con la Faca Colorada. Miro sobre mi hombro derecho para enfocar a las filas de atrás donde están los pibitos del Parque, pero la baja lumbre del salón más las viseras de sus gorritas impiden que pueda verles las caras.

Se apagan las luces (los bolsillos de atrás de mi jean se entregan al tacto experto de los pibitos , quienes sustraen las monedas que dejé para complacerlos) y aparece (a paso “pan-queso”) el ex Mozo devenido en Pastor con un sahumerio humeante en cada mano. Da la bienvenida y respondemos a coro con “Del Millón”.

Espero algún gesto del Pastor, un guiño de ojos o el movimiento cadencioso de alguna de sus manos, algo que me dé a entender: “quedate tranquilo, con la Moza no pasó nada malo”. Pero, muy por el contrario, su gesto es de piedra, los ojos miran la nada y las manos tensas permanecen agarradas al atril.

Tras un prolongado silencio el ex Mozo devenido en Pastor larga: “Hermano, a ti te hablo”, hace un silencio y todos dicen “Del Millón”. El Pastor continúa: “Alma corrupta, carne abombada, debes escuchar la advertencia que dice: sal del medio, no seas una silla vacía, devuelve al hermano lo que es del hermano”. Nuevo silencio. Pega el mentón al pecho, se aferra a los sahumerios clavados en el atril y todos contestan “Del Millón”. Yo no puedo plegarme a la respuesta coral de los devotos porque se me cerró la garganta. No es difícil de entender que la homilía del Pastor fue para mí, que acaba de darme el ultimátum, que si no le digo a los pibes que dejen de robar para mí y vuelvan a trabajar para el policía voy a sumar mi sangre a la del patio del bar y dejar mi silla vacía como la de la Faca Colorada.

El ex Mozo devenido en Pastor sustrae los sahumerios y a paso “pan-queso” se retira del salón. Me quedo mirando la cortina morada que cuelga en la pared del fondo, detrás del atril. Sobre la tela está el dibujo de las cinco estrellas dispuestas en forma de cruz con esa quinta en el medio y ahí me veo, en la quinta estrella encerrada, crucificada por las otras cuatro y se apaga la luz. Nuevamente, los feligreses me palpan por deporte porque ya me robaron las monedas que había traído. Regresa la luz mortecina que muestra el pasillo y la puerta de salida

Me pongo de pie y camino con temor, eso del ultimátum no me gusta un carajo. A cada paso me decido a enfrentar a los pibes y cumplir con lo que me pidió el policía, y el Pastor.

Al pisar la vereda me alejo de los dos gorilas de seguridad y de la fachada greco-romana del templo. Camino pocos pasos y me detengo en la puerta del supermercado chino.

Los pibes del Parque salen del templo en cardumen. A golpe de ojo cuento entre treinta y cuarenta. Como si supieran que los estoy esperando, me rodean. No hablan, las bocas enmarcadas por un segundo labio de cemento de contacto respiran con silbido asmático.

Tomo la iniciativa y les digo que se acabó, que ya no necesito más plata, que les estaré eternamente agradecido, que ya me sacaron de la estrella del medio y deben volver a ocuparse de las tareas que le pide el policía de la cuadra.

Ni se inmutan y el jadeo de sus respiraciones muta a catarroso.

Repito que se acabó y el de la gorrita Nike me sale al cruce: “Hermano Juan, no vamos a laburá para el covani, no loco, vó so el Elegido”. El de gorrita de Boca habla a mi derecha, se dirige a los demás y me señala con la palma mano: “Juan vuela, vuela sobre los Santos” y una lágrima se le escapa por el rabillo de cada ojo derecho, se desliza por las mejillas y queda pegada en el redondel de Poxiram.

Les digo que tienen que bajar un cambio con la falopa, que no sé que mierda vieron y les recordé que aquella noche en la puerta de la Santería salté por el cagazo que me dio el perro Rottwellier que me ladró, pero que nunca volé. “Será el Empleado del Millón del mes”, me interrumpe el de gorrita de Coca-Cola y todos sueltan “Del Millón”.

Sin ocultar mi desesperación, les digo que la tienen que cortar y un chiquilín con la gorrita de Casi Ángeles suelta con voz de anciano: “Sacrificio con el covani”. Ni bien calla, los pibitos del Parque abren una parte del círculo que me rodea y en la esquina, a escasos metros de nuestro lugar veo al policía de la cuadra, apoyado contra la pared, con gesto reconcentrado y meta escribir un mensaje de texto en el celular. El chiquilín de la gorra de Casi Ángeles dispara en loca carrera y sorprende al policía en medio de su dedicada tarea literaria y le arrebata el teléfono. El cana, sorprendido, sigue con la mirada la estampida del ladronzuelo quien, celular en mano y risa de oreja a oreja, viene hacia a mi y me da el teléfono. “Sacrificio y Ofrenda Del Millón” dicen los pibitos del Parque ni bien embolso con mi mano el teléfono. Cierran la ronda, me palmean y vitorean mi nombre ante la cara sorprendida del chino que venía viendo todo y se hace chiquito detrás de la caja del súper.

Desde la esquina me llega la voz del policía: “Así que querés guerra” y, mi voz ahogada por la algarabía de los pibitos el Parque no logra llegar a su oído con mis disculpas y mi negativa de entrar en guerra y refuerzo mi intención haciendo un “no” con el movimiento de mi brazo derecho de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, brazo que en la mano tiene el teléfono que el pibito del Parque acaba de robarle. El policía toma mi gesto como una provocación y grita “Empezó la Guerra Santa”, patea una bolsa de residuos, una rata sale del interior del nailon negro y se mete en la boca de tormenta. Vuelvo a mirar a la esquina y el policía ya no está.

“Sacrificio y Ofrenda Del Millón” repiten sin parar los pibitos y unos truenos me estremecen, pienso en una ráfaga de disparos, achico mi cogote para esconder la cabeza entre los hombros. Sobre el mar de gorras, compruebo que el desplome tronante fue ocasionado por el cierre intempestivo de las cortinas del supermercado chino.

Miro hacia el templo, tengo que pedirle al ex Mozo devenido en Pastor que pare esta guerra, pero las paredes blancas con esas columnas gemelas que sostienen un triángulo, muestran las puertas cerradas del templo.

Los pibitos del Parque se ríen y sacan bolsas de plástico con pegamento. Hinchan y estrujan el nailon fondeado de Poxiram con la potencia menguante de sus pulmones.

Ya es de noche, los pibitos enfilan para la esquina, sumidos en las tareas de aspirar de sus bolsitas. El chiquilín de gorrita de Casi Angeles queda rezagado, se da vuelta y debajo de los ojos lagañosos asoma su manito aferrada a su bolsita en claro gesto de compartirme una aspirada. Y le digo que ya tengo la mía, que no se la voy a gastar, como para hacerme el canchero y buscando una identificación grupal.

El pibito, se calza la bolsa en la boca, le pega una aspirada y, desde dentro de la burbuja plástica, dice “Juan, Santo Empleado del Millón” y parece que se ríe, eso creo, porque el dibujo de los labios de cemento de contacto se estira un poquito hacia las puntas. El chicuelo se da media vuelta y corre detrás del lote de pibitos del gorrita que va a internarse al Parque.

La calle Frías queda desierta, oscura. Para regresar a casa debo pasar sobre la bolsa de residuos reventada por la patada del policía y muy cerca de la boca de tormenta donde se metió la rata. No puedo. Se me hace un vacío en la panza. Pego media vuelta y emprendo el camino largo.

En la esquina de Frías y Vera doblo a la derecha. Por suerte no vislumbro la presencia del perrazo. Avanzo en sentido de Avenida Ángel Gallardo. A media cuadra, me encuentro con la Santería. El negocio tiene las cortinas bajas y las luces apagadas. Poso mi cara sobre las cortinas y solo logro ver en la vidriera imágenes de San Jorge, velas rojas, una virgencita, tres ejemplares del El Alquimista de Coelho, sahumerios y varios paños morados con el dibujo de la cruz de cinco estrellas. Trato de mirar al fondo del comercio para ver si hay algo más relacionado a la secta de los Empleados del Millón, pero está demasiado oscuro.

Despego mi cara de las cortinas metálicas y retomo la marcha por la solitaria calle Vera en sentido a la avenida Gallardo con la clara convicción de que, en estos días, voy a tener que visitar la Santería.

6/08/2011

miércoles, 3 de agosto de 2011

Antología Outsider II - La Pulpería de las Luces

Valeria Iglesias y Enzo Maqueira dan vida a este tercer libro de Editorial Outsider.
Se trata de una antología de relatos que reúne a los escritores Federico Andahazi, Guillermo Martínez, Patricia Suarez, Sergio Olguín, Gabriela Cabezón Cámara, Natalia Moret, Elsa Drucaroff, Valeria Tentoni, Cristian Godoy, Gustavo Urueña Chaña, Agustina Catalano y Juan diego Incardona.
En esta antología hay un relato de mi autoría: La Pulpería de las Luces.
Este cuento fue escrito para la revista NM y narra en la voz de uno de los partícipes de la revolución de Mayo de 1810 un hecho fantástico del que jamás se habló. Espero que lo disfrutes.

Este gran libro estará a la venta en todas las librerías de Argentina a partir de Septiembre del 2011.-