sábado, 30 de julio de 2011

Bitácora editorial XX - Baldosas pintadas

Ayer apareció este textito en una de mis entradas del Facebook:

Puerta Del Libro Querido Juan, el lunes a las 9,30 estoy en el bar. Espero que la moza no falte.

Casi no dormí. Con esto que entre ellas tienen cuentas pendientes, soñé que la Faca Coloraba (la moza) achuraba a la escuálida (Puerta del libro) sobre mi mesita predilecta del bar. En esa pesadilla hasta aparecía el móvil de Crónica TV para transmitir todo en directo y yo me veía doble (en la pantalla de la tele del bar y de cuerpos presentes dentro del bar) con la editora destripada a mis piés y la Moza con la cuchilla en la mano meta zapatear arriba de la mesa.

De la pesadilla me sacó un combo sonoro: estallido de vidrios más bocina de alarma. Seis pisos debajo de mi cama, uno de los pibes de la Misa de los Empleados del Millón seguro que robaba para mí.

Intenté recuperar el sueño, pero el resto de la noche me la pasé pensando si mi sueño no sería una premonición, si en realidad, unas horas más tarde, al reencontrarse la Moza del bar con Puerta del libro yo sería testigo de un asesinato.

Salté de la cama. Con mate en mano, me metí en el escritorio. Para no pensar en lo que se me venía, intenté retomar la escritura de la novela que abandoné en el capítulo veinte, hace ya unos meses, para dedicarme a cumplir con la espantosa tarea de la editorial de Puerta del libro, pero no avancé ni una coma.

Son nueve y cuarto y, sin hacer mucho ruido ni saludar a mi esposa, bajo al bar.

Al franquear la puerta, me encuentro con mesas vacías y me detengo. Miro como buscando en el medioambiente del bar que florezcan las señales de mi sueño premonitorio, pero, por suerte, algo ya no coincide con el bar de mis pesadillas: la tele está apagada. “¿Cómo te va hincha de Boca?”, la voz del mozo del turno tarde me descoloca. “Cambiá esa cara, deberías estar contento ahora que Grondona te acomodó el campeonato, te acomodó” y en lugar de pensar en el fútbol, pienso en que tengo delante de mis narices una segunda, y muy importante, diferencia con mi sueño: la moza (La Faca Colorada) no vino a trabajar. El mozo de reemplazo sigue: “En realidad yo estoy contento por los uruguayos, estoy. Pero que esta, que no sabe nada un carajo de fútbol y, porque Gimnasia se fue a la B quiere mandarnos a todos a la B me hincha las bolas, me hincha”. Le dije que bueno, que no es tan así, o sí, pero que son los que ponen la guita y nosotros los nervios y el corazón. “La vida, bosterito, la vida pongo por San Lorenzo, ¡qué me viene a hablar de fútbol esta a mí”. Para tranquilizarlo sugiero que no se haga mala sangre y le auguro un gran campeonato y el se golpea el corazón con el puño derecho cerrado.

Aprovecho su cambio de humor, le pregunto por la moza y me contesta: “Algo pasó, el patrón me llamó anoche, eran como las doce, eran, y me dijo que la colorada no venía”. Con cara de casi no me interesa, pero con voz de urgencia le pregunto al mozo si a ella le había pasado algo malo. Mira con ojos cínicos y larga “Debe andar con sangre entre las patas, debe andar” y el corazón me deja de latir, las manos sudan frío y él prosigue “Sabés como son las minas, les viene la regla y mejor esno tenerlas cerca porque hasta el fútbol te joden” y se da media vuelta para meterse detrás de la barra. A la espalda del mozo le pido que me lleve un té de tilo a la mesa de siempre y un espasmo del omóplato derecho confirma la aceptación de mi pedido.

Aparto una silla, me siento a la mesa, debajo de la tele apagada, de frente al patio y descubro que la bici del ex mozo devenido en Pastor está tirada sobre una alfombra de vidrios rotos. Ajusto la mirada y descubro que las baldosas están pintadas con sangre. Arrastro la silla hacia atrás para despegarme de la mesa e ir al baño para ver de cerca qué pasó en ese patio y una mano engarza dedos y uña en mi hombro izquierdo. “Qué alegría reencontrarte, siempre inquieto, vamos, acomodate en la mesa que ya viene tu tecito” Puerta del libro suelta sus garras de mi hombro, hace un semi rodeo a la mesa y se sienta justo para taparme el patio. “¿Estás bien?” me pregunta y le digo que sí. “Me alegro, porque yo estoy viviendo el mejor lunes de mi vida”. Le pregunto, por pregunatar, si es uruguaya y no me presta atención porque está indicándole al mozo que le traiga un café cortado y luego vuelve a mirarme: “Disculpame, ¿decías algo?”, le digo que no y ella toma el mando de la tertulia: “Mirá, tenés que darme la novela que mandaste al concurso de Clarín, eso que armaste con el material que te pagué y escribiste para mí”. La corto en seco recordándole que ese material no me lo pago porque me dio un cheque sin fondos. Ella pone gesto de ofidio y saca dos veces la punta de la lengua y suelta: “Juan, ¿podés dejar de especular con el arte y con mis conocimientos? Gracias a mi guía vas a ser famoso, vas a publicar tu primer libro y me respondés así. Sos un desagradecido”. Habla a grito pelado y le pido que se calme, que prefiero conversar como personas civilizadas y se pone de pie: “Sos un hipócrita, vos preferís hablar como mercenarios y la cultura no es una golosina, no estás en Arcor, no soy un kiosco, soy la que fabrica el alimento del alma, la literatura, mi trabajo es sagrado y estás cometiendo un grave pecado al hablar así”. Le insisto en que se siente y le pido disculpas sin creer que se las deba pedir. Ella se sienta porque aparece el mozo y no cambia el gesto de ofidio, eso sí, a la lengua no la saca porque tiene la mano izquierda sobre sus labios. Mientra el mozo completa la ceremonia de servir el té y el café en completo silencio, trato de retomar fuerzas para decirle que me debe la plata del premio literario “Del Campo a la Ciudad” de la ciudad de Ameghino, que pagaba alguien del Gobierno y que supuestamente yo iba a ganar. El mozo nos vuelve a dejar solos y, anticipándose a mi reclamo, retoma la perorata: “Dónde está esa moza, la, ¿Cómo le dice el matarratas `Faca Colorada`? No sabes el miedo que le tengo. Tanto que me quería ver y ahora que estoy acá, ¿se escondió? Porque esa pavadas de la estrella del medio que leí en tus notas de Facebook, vamos, a mi que no me meta en sus quilombos.” Habla con aires de superada y tono medio de voz. Pongo cara de que no entiendo lo que me dice mientras bebo mi té de tilo. La editora cambia el gesto y con una sonrisita maliciosa me dice “Vamos Juan, ¿te pensás que no leo tus bitácoras? No sabés qué útiles que me son”. Le digo que le agradezco que me lea y ella me responde: “Lástima que para algunas, las palabras hieran mortalmente” y oscurece media faz del rostro con el humito del café cortado que liba de a sorbos, haciendo ruido, cosa que me exaspera de quien provenga y en el momento que sea.

Baja la taza, mira su reloj y me dice “ya me tengo que ir, como vuela el tiempo cuando uno la pasa bien. Dale, metele pata al libro, queremos sacarlo antes de la elecciones que después nadie tendrá un billete para gastar” y ella ya está de pie, da un paso al frente y no me doy vuelta para verla salir, compongo el sendero de su partida por el arrastre de las patas de las sillas que ella empuja antes de abrir la puerta de calle.

No puedo creer en el quilombo en que estoy metido. Ahora tengo que darle a ella la novela que mandé a Clarín. No da para que me haga mala sangre a cuenta, al concurso de Clarín no lo gano ni en pedo. Miro al patio, esos vidrios, la bicleta tirada y las gotas de sangre en el piso. ¿Y si esta o el ex mozo devenido en Pastor o alguien que ellos mandaron vinieron a hacerle algo a la moza? No, no quiero ni pensar que fue por mi culpa, por esto que escribo en las bitácoras editoriales.

“Juan, este sobre estaba en la caja, es para usted”, reaparece el mozo del turno noche, esta mañana de reemplazo. Manoteo el sobre y el mozo no se mueve. Lo miro como queriéndole decir que puede irse y él me contesta “Ábralo sin vergüenza, a mi no me molesta que lo haga delante de mí” y ya no estoy para pelearme con más nadie, abro el sobre. Adentro hay cinco billetes de cien pesos, cinco monedas de veinticinco centavos y una nota. Me pongo de costado para que el mozo no llegue a leerla:

“Juan, te dejo esto que sobró de lo que te recaudaron los pibes. El jueves, andá al templo con las monedas, metételas en los bolsillos del pantalón, dales una alegría a los pibes del parque. Ojalá que puedas salir de la estrella del medio y que puedas ayudarme a salir a mí”.

Trago saliva, le pido al mozo otro té. Doblo la nota y la guardo dentro del bolsillo de mi camisa. Meto las monedas en los bolsillas de atrás de mi jean así me quedan ahí hasta el día de la misa de los Empleados del Millón. Recuento los billetes de cien y una sombra se corporiza a mi lado: “Qué bien lo va llevando. Me imagino que esto es por el cierre del negocio y que me devolverá lo que es mío” el policía de la esquina, ese que mantengo desde hace varias semanas, aparece en el momento menos esperado. Le digo que si quiere le doy la guita y el me dice “No, esa es suya, los pibes del parque lo eligieron, quédesela. Pero a ellos me los devuelve. No me quieren trabajar porque dicen que están muy ocupados con el trabajo suyo. Juan, ya se lo dije, salga de ahí, no se meta en mi negocio.” Con actitud y gesto de cordero que está panza arriba sobre la mesa del sacrificio le perjuro que esta misma semana les digo que no me junten más plata y le prometo que en la misa el jueves les voy a pedir que vuelvan con él. El policía me pega un coquito en la cabeza y me dice “Eso espero. Sepa que acá, el que mea contra el viento se moja de sangre. Vaya a misa, rece a los Empleados del Millón, rece mucho, pague con este dinero sus pecados y piense en aquellos que ya no están. Piense mucho, para no olvidarse de usted”.

El policía se va y queda de frente a mi la puerta que da al patio del bar y veo la bici tirada, el piso alfombrado por vidrios rotos y las gotas de sangre impresas sobre el dibujo de las baldosas.

30/04/2011

domingo, 24 de julio de 2011

Entrevista en Radio Amércia 1190

La madrugada del viernes estuve en el programa Acaricia mi ensueño que conduce Axel Govednik y va todos las madrugadas por AM 1190 Radio América. Han pasado por el programa Ana María Shua, Leonardo Oyola, Jorge Dorio, Horacio Sala, José María Marcos, entre otros.
Te invito a que escuches este programa en el que los artistas y la música, de la mano de axel, llenan la madrugada.

Lunes a viernes de 2 a 5 AM:
Facebook: facebook.com/amiensuenio Twitter: @amiensuenio acaricia@amradioamerica.com
Conducción: Axel Govednik. axgelgovednik@axgo.com.ar
Equipo de Producción: Antonella Gaccio. anto.gaccio@gmail.com Twitter: @antogaccio
Matías Colombatti. matiascolombatti@gmail.com Twitter: @maticolombatti
Matías Gariglio matiasgariglio@hotmail.com
Twitter: @Mgariglio

Diego Rodríguez. dlrguez@gmail.com Twitter: @dierguez

jueves, 14 de julio de 2011

Bitácora editorial XIX - Rimas y ratas

Héctor, el desrratizador acaba de tocar el timbre. Mientras bajo para abrirle la puerta, pienso como voy a hacer para aclarar lo del libro de Coelho en el balcón. Si él leyó mi blog, ya sabe que me robé la bolsa del exMozo devenido en Pastor. Si vino con la excusa de las ratas para descubrirme, debo anticiparme y aclararle como se dio todo. El tipo va a entender y hasta me puede ayudar con la Moza del bar para que no se enoje conmigo.

Planta baja. Abro la puerta del ascensor y en el palier del edificio está Héctor, el desrratizador, muy de charla con el portero. “Cuidado que llegó el bosterito infestado”, grita el portero y los dos me escupen sus risotadas. Sin salir del ascensor le digo a Héctor que venga y el tipo le da una palmada al portero y viene a mi encuentro.

Lo saludo con poco entusiasmo, cierro la puerta y presiono el botón de mi piso.

“Hermano Juan, es una cagada lo que te pasa, nada peor en un consorcio que hacerte fama de nido de ratas, es como en la escuela cuando eras el que tenía piojos o sarna, nadie se te acercaba, pero no te preocupes, yo te voy a sacar esta estrella que te crucifica y nadie se enterará de tu drama”. Le digo que si se enteran que tengo ratas en casa es porque él le contó al portero y me corta, “Hermano, si te hace bien enojarte conmigo, dale, metele nomás, pero el que boconea en su blog sos vos. No me vas a decir que en todo el edificio no hay un solo vecino que te lea y después reparta el chisme”.

Le digo que a mí no me leen ni las ratas y que tiene razón, que no me puedo calentar con él, le pido disculpas y él me palmea. El ascensor se detiene; llegamos a mi piso.

Abro la puerta de casa, me hago a un costado para hacerlo pasar y el tipo encara para el balcón como si conociera el camino. Voy tras sus pasos, me acuerdo que tengo que blanquearle lo del libro que me robé, pero él se me adelanta: “Era cierto, a las ratitas les gusta cagar alrededor del librito. Si la Faca Colarada se entera que lo tenés, te abre al medio. Ni te imaginás lo que puede hacer esa mina con el cuchillo. Si no, preguntale a los del supermercado chino que cada vez que la colorada pasa por la puerta del súper a los ojos se les ponen redondos. Dale, no me digas que no sabés lo del chino que hace dos años apareció adentro de una valija cortado en pedacitos. Salió en todos los noticieros, fue acá, en la otra esquina, en Angel Gallardo y Camargo, frente al Parque.” Le dije que me acordaba y que esa noche estábamos en una parrilla con mi esposa a dos cuadras de la esquina donde tiraron la valija y vimos el revuelo que se armó, pero que no podía imaginarme a la moza del bar contando a alguien. “Mirá, con el cuento de la Mafia China y ella zafó. Escuchame bien: la Faca Colorada tiene buen culito, algo de gomas, pero yo no la toco con nada, la mina es re-contra áspera. Mejor no te le pongas de culo porque te deja como ese chinito de la valija”. Se me hace un nudo en el estómago. Héctor gira sobre su eje, inicia un recorrido gran angular de mi escritorio. Se detiene un segundo en la biblioteca. Sigue con el giro y para nuevamente cuando queda de frente al balcón. Retoma la vuelta y vuelve a encararme. “¿Tenés miedo que le cuente que tenés el Alquimista de Coelho que era de su ex marido? Hermano Juan, antes que nada soy un profesional y la privacidad es mi mayor virtud. Yo hago mi trabajo y lo que pase en tu casa, ese es tu problema. Además, como Empleados del Millón tengo que atenerme a la acción que me encomendó la hermana Faca Colorada: sacarte la estrella de las ratas de tu cruz. Para que no metas la pata: si un hermano no te pide que te metas con una de sus estrellas, no lo hagas porque podés quedar atrapado en la estrella del medio”.

Ya no entiendo un carajo, la moza del bar es una cuchillera asesina y este un potencial delator que me tiene agarrado de los huevos. Es increíble, desde que transé con Puerta del libro para escribir el libro de autoayuda, todo se me viene en contra. Me pregunto qué mierda hice bien en todo este tiempo. Además si, al fin de cuentas, publicar un libro es meterme adentro de este infierno, mejor me dedicaba a hacer marketing de golosinas.

Héctor me saca de mis cavilaciones con un gesto de su mano que interpreto como “quedate ahí, no te muevas”.

El desrratizador abre una de las dos bolsas que trajo, saca un guardapolvos blanco lleno de manchones y mientras se lo abotona le digo que quiero explicarle como fue lo del libro y me clava los ojos antes de soltar: “Ya te dije como viene la mano, la Faca Colorada se preocupó por vos, ella me va a pagar desde tu cuenta del bar. Yo pongo las tramperas, algunos comederos con veneno, le pego un grito a las ratas. Eso si, ella me dijo que a cambio vos tenés que llevarle a Puerta del libro, la editora esa que quiere publicar tu vida en un libro de autoayuda.” El tipo se empieza a reír “Sos un hijo de puta, ya te dije que leo tu blog, te crees mas vivo que ella porque te la pasás puteandola, pero la mina te tiene laburando para ella todo el día. Dale, llevásela al bar, esa es tu acción de los Empleados del Millón, sacale esa estrella a la Faca Colorada”.

Me encapsulo en silencio y me limito a observar.

El desrratizador abre una de las placas de la puerta ventana del balcón y se mete con una bolsa de más de un kilo cargada de gránulos de veneno color bermellón y dos comederos plásticos negros con la impresión de una calavera en sobre relieve.

Desde el balcón llega el grito: “¡Ratas de mierda salgan de esta casa!”. Si hacía falta que alguien más se enterara, ahí fue el grito de Héctor.

Al minuto, vuelve a entrar con las palmas enrojecidas por la manipulación a mano limpia de la ponzoña rateril. Se pasa varias veces las palmas sobre el guardapolvos a la altura de sus costillas flotantes y dibuja una especie de sonrisa punzó, desprolija y maléfica, como si desde el más allá acabase estampar un beso sobre el guardapolvos de Héctor el pobrecito Heath Ledger en su versión del Guasón.

“Juan, esto te lo digo como escritor, acordate que soy poeta. Vos tenés que escribir una novela donde todo transcurra acá, en tu escritorio, delante de la computadora, entre los libros, que sea una historia como la de Metamorfosis de Kafka, pero en la tuya te convertís en rata. Creéme que veo esa novela entre las más vendidas. Tenete fe, vos podés vivir de la literatura, escribir novelas da guita. En cambio lo mío, la poesía, no garpa. Decí que a mi me salvan las ratas, luchar con ella me inspira. No sabés como me vienen a la cabeza los versos mientras trabajo. Escuchá el verso que me salió recién: Mi mano, caricia de muerte, toca a las puertas de tu suerte.”

Qué lindo, le digo con voz ahogada.

“Si, hermano, mientras desrratizo entro en nirvana, soy el Whitman porteño del Siglo XXI”.

Ajusto la garganta y le digo que debería publicar sus poesías y me contesta: “Si, es lo que le digo a mi esposa, pero ella no entiende, dice que si me dedico a la poesía la haré cagar de hambre. Escuchá lo que le escribí esta mañana: Tu lengua filosa morirá con la espada de mi noble inspiro”.

Le digo que mejor saque una rima al usar una palabra que termine en ción para meter inspiración en lugar de inspiro y que podía quedar “Tu lengua, filosa traición, morirá con la espada de mi noble inspiración” y se lo suelto como para decir algo y el tipo se lleva las manos a la cara, las baja y sus cachetes pintan colorete rubicundo, y me larga “¿También sos poeta? Vos me querés explicar a mí qué es la rima, ¿también me vas a dar clase de aliteración? Escuchate esta rima: para ser intelectual hay que estar al pedo todo el día mirando a las ratas cagar.”

Le digo que no se enoje, que me gusta su poesía y que voy a promover sus poemas entre mis colegas escritores, que conozco un editor de poesía.

Héctor resopla varias veces, mientras saca dos tramperas de una de las bolsas. Les monta un pedazo de queso y sale para el balcón y me deja hablando solo y pienso: estoy duro como una estatua y cagado hasta las patas. Me invento el verso para reírme y no pensar en la que se me viene.

Héctor regresa desde el balcón mucho más aplacado, como si se hubiese tomado un calmante o fumado un faso, hasta se sonríe mientras junta sus cosas y se quita el guardapolvos. Con sus manos enrojecidas, cierra mi ventada y deja sobre el vidrio el sello indeleble de sus huellas dactilares.

“Dale, no le falles a la Faca Colorada. Esta tarde me encuentro con el Obispo en uno de sus bares y le voy a contar de tu buena acción con ella. Si lo convenzo de tu cambio religioso, estoy seguro que te hace una quita de los pecados acumulados por tus faltas a misa. El Obispo subió el pecado base a treinta pesos para seguir la inflación. Vos tenés: tres faltas por treinta da noventa, más los gastos administrativos. Casi seguro pasás la gamba de pecados. Decí que los pibes de gorrita te la están juntando. Tenés suerte que laburen para vos. Sos su ídolo y se la pasan contando lo de tu salto mágico en la Santería. Te van a hacer millonario. Pero cuidá lo que tenés, no seas pelotudo, pertenecer a los Empleados del Millón tiene sus privilegios y escapar, sus costos” y se le enciende el colorete del rostro.

A riesgo de que me clave un cuchillo por la espalda, encaro para la puerta. Prefiero salir rápido. En el pasillo me doy cuenta que me sigue porque cierra la puerta de casa. Bajamos en silencio y en el palier nos reencontramos con el portero que me grita: “Bostero ratón limpiá el chiquero” y Héctor se ríe, también el viejito del andador que hace su caminata diaria, a esta hora, por el palier y me parece que todo el consorcio está viéndome por las camaritas de seguridad y cagándose de risa de mi desgracia.

Enfilo para la puerta de calle y al abrirla, aparece el policía de la cuadra, el que consume en el bar y compra en la ferretería a mi cuenta. Héctor se pega al oficial con un fuerte abrazo, se separa del policía, levanta la vista al horizonte y se va sin saludarme.

“Veo que no conforme de cagarse en los jubilados del barrio ahora maltrata a la masa trabajadora. Este hombre no estaba bien. Lo conozco lo suficiente como para darme cuenta de que acá pasó algo y quiero que suelte todo sin obligarme a usar la fuerza”. La tenaza de la mano del policía sobre mi antebrazo derecho dispara el hormigueo en la yema de mis dedos.

Le digo que no pasó nada malo, que Héctor hizo su trabajo, que yo le pagué. “Juan, no me explique de donde saca la plata. Gracias a sus problemitas de dinero me tiene ocupado a los pibes del Parque y no me quieren trabajar. Le aconsejo que me los devuelva. No quiero pensar que quiere meterse en mi negocio.”

Le digo que no piense eso, que los pibes del Parque hacen su acción conmigo para sacarme de la estrella del medio y en vano trato de girar mi antebrazo para mostrarle el dibujo de la mano. El tipo aprieta más fuerte y mis cinco dedos, ya anestesiados, tornan a morado.

“Hermano Juan, no se confunda conmigo, soy el brazo ejecutor del Obispo, la mano dura de la Ley de los Empleados del Millón. No me joda, Juan. Vuelva a misa. Pague por sus pecados. Haga su acción con la estrella de la hermana Faca Colorada y devuelva lo que es mío, los pibitos, sáqueme de la estrella del medio.”

El policía suelta mi ante-brazo y se va para el bar. En su lugar, delante de mi cara, queda su figura retratada por vahos de whisky.

Cuando doy medio giro para reingresar al palier del departamento, me lo encuentro al viejito del andador en su recorrida perimetral de la Planta Baja. Cierro la puerta de calle y, con tono de El vecino del mes le pregunto cuántas vueltas le faltan y me contesta “Por suerte, más que a usted” y sigue su recorrido cuadrado.

Enfilo para el ascensor. Mejor no pienso qué mierda llegó a escuchar este viejo choto.

Por suerte el portero no está, ese sí que es peligroso.

El ascensor no viene. Está parado en el número de mi piso. El chismoso del portero debe haber subido para ver si hay ratas y dejó la puerta mal cerrada para avanzar en su espionaje mientras subo por las escaleras.

Piso el primer escalón y, tomado por la esperanza inherente de todo ascenso, comienzo a creer que en la trepada algo se me va a ocurrir para zafar de esta nueva encerrona.

14/07/2011

lunes, 11 de julio de 2011

Depilación de bañera en revista miNatura 112

La revista de micro cuentos (terror, fantasía y ciencia ficción) miNatura acaba de sacar el número dedicado a MITOS URBANOS.
Los editores (Ricardo Acevedo y Carmen Signes) nos sorprenden con una selección de relatos y dibujos impactantes. Después de leer este número de miNatura, vas a ver con otros ojos todo lo que pase en tu urbe.













Para acceder a la revista:

Mi aporte es el siguiente cuento re-corto:

Depilación de bañera

Para los pensionistas queda lo que ven: una bañera blanca. Para mí, la tarea de sacar uno por uno los pelitos pegoteados sobre la loza, meterlos en una bolsa, apretar el plástico para quitar el aire y asfixiarlos. Estos pensionistas no saben lo que yo si sé. Hace ya años (no menos de veinticinco, ni bien había llegado a esta pensión), iba camino a darme una ducha con mi toalla anudada a la altura de las axilas. Con la mano derecha abrí la cortina y un bicho peludo se me abalanzó. No pude pedir ayuda porque entró a mi boca una especie de estopa peluda con gusto a jabón podrido. Ni bien la bola de pelos se fue, me dejó con el nudo de la toalla a la atura de los tobillos y pechos enjabonados.

Desde entonces, pedí trabajar en la pensión, solo para mantener limpia la bañera.

Cada mañana, con las uñas y yemas de los dedos, pesco una por una las hebras capilares. Y no me quedo con el blanco fácil de la captura sobre la loza. También ausculto las puntitas de la rejilla de la bañera, ese agujero de la descarga que suele estar marcado por una cruz de metal. Allí meto mis deditos con excitación. Y, no pocas veces, al tirar del débil rastro observable de un pelito lacio y sedoso, he sacado a la superficie un tubérculo de pelos ensortijados, grasos, teñidos, florecidos, de distintas cabezas, esperando por más pelos. Yo se que el tracto de la descarga es el útero de plomo donde se gesta la bestia de olor a podrido. Ese bicho no volverá a salir. No mientras viva en esta pensión y me encargue, con riguroso celo, de depilar, cada noche, la bañera.

lunes, 4 de julio de 2011

Bitácora editorial XVIII - Estrella del medio

Desaparecí unos días del mundo porque se me ocurrió sacarle provecho a los dos pilones de hojas que me hizo escribir la escuálida (las cuarenta páginas de mi autobiografía de autoayuda y la novela para el frustrado concurso “Del campo a la ciudad” que supuestamente iba a ganar y me trajo de anticipo un cheque sin fondos) y armé una novela, casi un bodoque, que mandé al concurso de Clarín. A ver si todavía lo gano. Sería un gol de media cancha y mataría dos pájaros de un tiro: mi primer libro editado y la recomposición de mis finanzas. Eso sí, con lo que me costó imprimir las ciento ochenta hojas más las dos fotocopias del manuscrito quedé en bancarrota.

En mis bolsillos solo tengo monedas y la casa pasó a sostenerse con el ingreso de mi esposa. El clima del hogar no es el mejor y a mi mujer ya no la entusiasmo más con la idea de traer plata a casa con el posible premio de un concurso literario.

Y mi esposa no es la única mujer con la que estoy en deuda, también está la moza de pelo anaranjado y uñas verdes a quien debo llevarle a la editora Puerta del libro al bar. Estaré en medio de un quilombo, con la cabeza en cualquier lado, pero me quedó claro que ella me pidió que se la entregue. Pero ya le mandé dos emails a Puerta del libro y la muy guacha no me contesta, y no puedo ni ir al bar sin cerrar esa cita con ella.

Otro tema que me tiene guardado es lo de los robos de los pibitos a mi nombre. Si hasta hace poco no asomaba la ñata a la ventana del balcón porque me enloquecía ver el libro de Coelho rodeado de cacas de rata y las cuatro monedas, más el veneno piramidal montado sobre la tapa de El Alquimista, ahora se sumaron los robos. No quiero ver ni escuchar sobre hurtos de estéreos, pinchaduras de neumáticos con posterior abordaje de autos, o sea, nada que tenga que ver con los operativos “recaudatorios” de los Empleados del Millón que me tienen a mí como único beneficiario.

Y esto de no salir a la calle, me llevó a ausentarme de las misas de los Empleados del Millón. Espero no recibir represalias.

A mi esposa le hice creer que me quedaba en casa porque estaba con una gripe del tipo A y que era mejor quedarme adentro para no propagar el virus. Eso mismo tengo que decirle a la moza para justificar mi faltazo a las misas. Ella seguro se lo dirá al ex-mozo Pastor.

Ya mismo reaparezco en el bar y recompongo mi imagen con el cuento de la gripe.

Estoy adentro del bar, a media mañana del lunes y con una calle polar que escarcha el alma. Las mesas están vacías y la tele en Crónica TV muestra la placa que dice cuantos días faltan para la primavera.

A la moza la escucho operar en la cocina; seguro prepara algún guiso de lentejas. Voy para la mesa del fondo y mientras me siento, compruebo que la bici del mozo devenido en Pastor sigue en el patio y presa del abandono.

Me siento. Con la yema del dedo índice de mi mano derecha repaso las marcas sobre la madera de la mesa y con la uña saco unas partículas de azúcar metidas en esas zanjitas. La actividad, si bien minúscula, me empieza a entusiasmar y sumo las cuatro uñas restantes. Sin pensarlo, estoy metido en una tarea que pone mi mente en blanco, meditativa, y compruebo los efectos placenteros que siente el japonés Lacata en la aplicación del Zen en el arte de beber Sake en mi novela Pueblo Vecino.

En la nada que me regala la acumulación molecular de granitos de azúcar aparece la moza. “¿Me la vas a traer?”, pregunta mientras apoya plato y taza sobre las zanjitas azucaradas y derrumba mi trance.

Levanto la mirada, ella está poniendo dentro de la tetera el saquito de té de tilo y me habla: “¿Pasó algo? Mirá que a vos te toca cumplir conmigo como los pibitos lo hacen con vos. Cuando te diga la guita que vienen juntando te caés de culo, no están dejando ni una moneda en todo el Parque”.

Mientras me habla, manoteo un sobrecito de azúcar, lo corto en un vértice y la vuelco sobre la taza vacía. Ella levanta la tetera y tira el chorro de té caliente. El azúcar se disuelve. Sujeto la cucharita. Le digo que le escribí varias veces a la editora, pero que no me contestó, que me disculpe, pero que esa mujer tiene que aparecer porque me tiene que solucionar el tema del cheque y ella se me acerca y muerde las palabras. “¿No entendés que la guita no es el problema? Tú deuda ya fue, te lo acabo de decir, los Empleados del Millón lo están solucionando. A ella te la pedí porque me puso en la estrella del medio y vos sos el hermano que me va a ayudar a salir de ahí”.

Empiezo a revolver el té y la invito a sentarse porque el pulso le está temblando y la tetera que pende de su mano izquierda está a mitad de te hirviendo y yo seré blanco fácil del chorrito ardiente. Ella separa una silla, se sienta y busca respuestas en mis ojos. Apoyo la cucharita en el plato, sujeto la taza con mis dos manos heladas, la acerco a mi cara y, enmascarado por el humo del té, le pido qué me explique de qué habla así cumplo con ella. La moza refunfuña: “Pensé que habías entendido, dale, dame la mano”. Apoyo la taza sobre el plato y ella me captura la mano derecha y levanta la manga de mi polar para descubrir el dorso de mi mano con el tatuaje que me pintaron durante la misa. Ella retoma: “Mirá, es simple: hay cinco estrellas. Cuatro tienen forma de cruz, como la Cruz del Sur, allá, en el cielo. La quinta estrella es el tema. Mientras no seas estrella del medio, todo piola, pero cuando caes en la estrella del medio cagaste, estás atrapado y solo los Hermanos del Millón pueden sacarte de ahí”. Miro el dibujo, incrédulo. “No me digas que todavía no te diste cuenta que por culpa del cheque sos la estrella del medio. La estrella que terminó de hacer tu cruz es la flaca de la editorial. No te pongas mal, estamos en la misma. Esa hija de puta también me metió en la estrella del medio a mí cuando se llevó a mi esposo del bar y el pelotudo se hizo Pastor de Los Hermanos del Millón. Si, Juan, escuchaste bien, el pastor es mi esposo o, mejor dicho, mi ex-esposo. Esa mina le dio un libro y le quemó la gorra, le hizo creer que podía escribir para ayudar a los demás, me dijo voy a escribir verdades y por casa no apareció más. Decí que el dueño del bar (que es el Obispo de los Hermanos del Millón) me dio el laburo de mi Ex con la única condición de que me sumara a la religión y respete al Pastor.” Miro para el patio del bar, veo la bici arrumbada, pienso en la bolsa que colgaba del manubrio con las cinco monedas y el libro de Coelho. Y pienso en que me llevé esa bolsa a casa con la macumba que traía adentro y que a partir de eso mi vida se me vino a pique. Vuelvo a mirar el tatuaje en mi mano, me veo en la estrella del medio.

“Tomá un poquito más de té, estás pálido”. La moza tira el chorrito final de la tetera que ya no humea. “No te pongas mal, es mejor saber dónde estás metido, tenés que conocer las cuatro estrellas que te crucifican. Las mías son: mi ex-esposo, la plata que falta desde que me dejó, la putita de la editorial y el libro ese que leía mi esposo. A la estrella de la guita la voy sacando con este laburo. A mi Ex ya lo persigo con las misas de los jueves (el forro ni me mira, pero lo tengo acorralado, ni bien el Obispo me deje, lo cazo de los pelos y me lo traigo para casa). A la cuarta estrella, la del libro que el pelotudo estaba leyendo, ya la voy a encontrar, solo me falta saber quién es el chorro que se afanó la bolsa que estaba colgada de la bici y le hago cantar todo, ese debe ser cómplice de mi Ex. Y la peor de las estrellas, la flaquita cheta de la editorial, la que me lo sacó de casa, a esa me la podés traer solo vos”. Le pregunto para qué la quiere y ella me dice: “De esa se encarga mamita, vos tráemela al bar”. La moza se levanta intempestivamente, el mango de un cuchillo asoma por entre los botones inferiores de su delantal morado y, sin quererlo, le da un culazo al respaldo de una silla que cae contra el piso. “Hola Héctor, este es el Juan de que te hablé. Juan, Héctor te va a ayudar con una de las estrellas de tu cruz, las ratas. Héctor es un Hermano de los Empleados del Millón y limpia las Siete plagas de los bares y templos del Obispo.”

Me levanto para saludar al desrratizador (un tipo tamaño ropero, vestido de guardapolvos y ropa de fajina), pero el tipo me apoya la mano izquierda en el hombro sin dejarme poner de pie. Levanta la silla que estaba en el suelo, se sienta, me mira fijo y me dice: “No tengas miedo, a esas hijas de re mil puta las voy a hacer cagar. Ella me contó tu drama y leí tu blog. Te voy a ayudar a salir de la estrella del medio, eliminando a las ratas. Este viernes voy a tu casa, a esta misma hora”. Le intento decir que no hace falta y me corta: “No tenés que tener vergüenza, las ratas están en todos lados y van a sobrevivir al Apocalipsis. Yo sé que es imposible eliminarlas a todas. Yo solo hago trabajos correctivos, muevo la frontera, las alejo de quienes son mis protegidos y ella me pidió que te proteja porque vos la vas a salvar ¿No?” Y Héctor, el desrratizador, junta sus palmas, anuda los dedos, los aprieta y les saca música de huesitos estrujados. Le digo que sí, que ella es mi protegida, que la voy sacarla del medio de la cruz. El tipo se incorpora y me larga: “Bien, muy bien, los hermanos vivimos para los hermanos y esas ratas mueren en mis manos. Te sorprendí, yo también escribo, soy poeta. Nos vemos el viernes”.

Y le digo “Del Millón” como para congraciarme y él no me contesta, ni siquiera da vuelta la cara en su paso franco hacia la puerta del bar.

El olor a cebolla freída confirma que se viene guiso de lentejas. Mi té de tilo está helado. Sobre mi cabeza, la televisión sigue con Crónica TV y transmite las imágenes de la militarización de las villas del Sur de Buenos Aires. La parafernalia carnavalesca de los farolitos de las motos y autos de la Gendarmería y Prefectura, más los pertrechos de cada milico a las puertas de la Villa, dan perfecto con la estética de los milicos de la película Distrito 9 (esos que se meten en una villa cercada de las afueras de Johannesburgo para tener cagando a los alienígenas habitantes de ese gueto). La imagen se hace eterna y mi mirada licúa el azul de los farolitos de las motos y autos militares. Sobre el pastiche iridiscente me reencuentro con las ganas de no pensar en nada y retomar el trance meditativo de hace minutos. Pero no puedo. Mi cabeza es un sinfín de pensamientos encadenados que intentan armar cuáles son las estrellas de mi cruz, esa que me tiene en la estrella del medio. Afino la idea y enumero las cuatro estrellas: Puerta del libro, la falta de plata (con policía gastador a mi cargo incluido), la secta de los Hermanos del Millón (que también controla el bar) y las ratas de mi balcón que cagan alrededor del libro de Coelho. Y, si me viera en un espejo, seguro estaría más pálido que hace un rato porque, por esas cosas de las relaciones, acabo de caer en la cuenta de que el desrratizador es amigo de la moza y que si la moza se llega a enterar que en mi balcón tengo el libro que me robé de la bici de su ex-marido todo se me puede complicar mucho más porque nadie va a sacarle de la cabeza que estoy entongado con el ex-mozo y esposo devenido en Pastor.

Miro en mi mano el tatuaje de la cruz con cinco estrellas y el azul de cada estrella, de golpe, parece negro.